OPINIóN
Actualizado 30/10/2016
@santiriesco

"Las putas pedimos que dejen de hablar por nosotras" inicia su alegato Florencia Natalia, una meretriz bonaerense orgullosa de ser "trabajadora sexual". Y me parece que está en su perfecto derecho, faltaría más. Aunque, me temo, su caso es de una excepción excepcional. Tan es así que el sólo hecho de darle bola nos convierte en cómplices del lobby del sexo, una industria que, en España, es la más boyante y que se encuentra por encima del tráfico de armas o de drogas. No hay nada más rentable que poner cuerpos de mujer ?cuanto más jóvenes, mejor- a merced de los prostituidores.

Los que se dedican a estudiar estos negocios ilegales calculan que cada día, en nuestro país, se generan cinco millones de euros con las niñas y las mujeres prostituidas. Cinco millones de euros diarios. Y que como la casi totalidad de ellas son traficadas para su uso como esclavas sexuales (nada que ver con las autónomas o trabajadoras por cuenta propia. Que son la excepción excepcional) los números son absolutamente aberrantes. En cualquier caso hablamos de personas obligadas a tocar, oler, chupar y dejarse hacer por desconocidos a cambio de un dinero que no es para ellas.

La Fundación Scelles, una de las que más saben del tema, calcula que en nuestro país las mujeres prostituidas son entre 300.000 y 400.000. De lo que no hay duda es de que tenemos más de 3.000 puticlubs. Y de que no son cooperativas de "trabajadoras del sexo" ni sociedades limitadas que reparten beneficios entre sus empleadas. Vamos, que las putas son un negocio próspero y en expansión, pero para otros. Y sí, es economía sumergida, mercado negro. Económicamente ilegal y humanamente demencial.

Lo peor de todo es que parece que a las putas feministas bonaerenses (y a los que les sirven de altavoz en nuestro país exigiendo que escuchemos la excepción de la excepcionalidad sin darse cuenta de que le hacemos el trabajo a la poderosa industria que trafica con niñas y mujeres) la trata, la prostitución y la explotación sexual no les parece que represente una forma de extrema violencia, un atentado a la dignidad de la persona y una expresión de la desigualdad. Como si ir de putas fuese lo más normal del mundo.

Y entonces a uno le entra una congoja acojonante al enfrentarse a la realidad de las cifras. Porque España es el primer país de Europa en demanda de prostitución y uno de los tres primeros del mundo. Porque casi el 40% de los hombres han acudido en busca de estos servicios en alguna ocasión. La edad del prostituidor (nada de cliente) está entre los 30 y 50 años y, según el Informe de la Comisión de Investigación de Malos Tratos a Mujeres, casi la totalidad ?el 90%- es consciente de que las mujeres se prostituyen contra su voluntad. Esto ya sí que es para hacérselo mirar, señores.

"Las putas decimos: basta de perseguir a las trabajadoras sexuales" concluye su perorata esta prostituta argentina que, según indica, ejerce la profesión más antigua del mundo con libertad, sin un chulo al que mantener, con orgullo ancestral, como una excepción excepcional. Y estoy de acuerdo en que no hay que perseguir a la mujer o a la niña prostituida. Ellas son las víctimas. Con lo que no comulgo es con que se le dé la palabra a la excepción excepcional olvidando que en España hay 300.000 personas obligadas a hacer algo contra su voluntad para enriquecer a gente sin escrúpulos. 300.000 mujeres y niñas que son utilizadas por prostituidores que saben de su situación forzosa. 300.000 seres humanos a los que se ha despojado de su dignidad. 300.000 voces silenciadas por los derechos de una inconsciente y la ignorancia de quienes, buscando la verdad, ayudan a su distorsión. Porque servir de altavoz a las que no lo necesitan nos convierte en cómplices del silencio atronador de "las todas" obligadas a callar.

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