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Cuando estaban a punto de terminar las votaciones, me marché del bar de Emilio. Me habían dicho que quería descorchar una botella de cava, más por hacernos rabiar que por celebrar la victoria de Rajoy, pero no tenía yo el cuerpo para bromas, que no es broma la que se nos viene encima.
Tenemos a un Presidente olvidando la debilidad de la minoría y anunciando que nada va a cambiar. Quizás porque ya tiene pactado que así ha de ser.
Tenemos a un partido socialista (sic) prometiendo que va a hacer lo contrario de lo que vota.
Tenemos a Ciudadanos creyéndose dios y exigiendo lo que no le está permitido exigir.
Tenemos a Podemos dando cuatro de cal y una de arena. No quiero un partido de discursos sino de acción, de propuestas, de sentimientos. Y eso no se hace con reproches de recuerdo, sino con el día a día. Con el trabajo digno.
Por eso me marché del bar de Emilio. Porque entiendo la fecha más como luto que como algarabía.
Triste día para retrasar la hora. En mi insomnio, estaré 60 minutos más maldiciendo este día.