Esta noche, a las tres serán las dos. La madrugada del último domingo de octubre se desdobla añadiendo sesenta minutos a sus historias como la de su homólogo de marzo se pliega hasta restarle el mismo tiempo a las suyas. Esta noche habrá unas dos y cuarto y luego otras. Unas dos y media y su versión bis. Unas tres menos cuarto y su repetición una hora más tarde, la misma hora y distinta, otro momento, otro instante, otra historia.
Esta noche a las 2:35 algunos estarán trabajando recogiendo basuras, sirviendo copas, patrullando un barrio, suturando una herida, apagando un incendio, ensamblando las piezas de un coche? y quizá a las 2:05 sigan con la misma tarea. Esta noche, entre las dos y las tres, habrá dos horas para nacer y dos horas para morir, y en el hospital ambos acontecimientos se sucederán separados por apenas unos metros. Habrá quien duerma plácidamente y quien no logre conciliar el sueño, quien se está enamorando en una fiesta y quien sucumba ante alguna forma de manipular los afectos, quien se haya tirado en un cajero sobre unos cartones y quien repose en una lujosa suite de un hotel de cinco estrellas, quien acune a un niño desvelado y quien asista a un enfermo despierto por el dolor, quien espere un ministerio y quien fabule una algarada, quien esté en línea en el whatsapp y quien postergue el descanso cautivado por una novela, quien vague disfrazado de payaso diabólico o de calabaza yanqui y quien se mantenga en vigilia orante en el Corpus o en la Vera Cruz, quien vuelva a casa por La Alamedilla y vea a los patos pulular por el parque y quien cruce los puentes y le sostenga la mirada al Tormes?
Esta noche, a las dos, sabremos que volverán a ser las dos, y también seremos conscientes de que esa hora ya no volverá. Que los móviles, a la mañana siguiente, habrán decidido por su cuenta. Que ya no habrá nada que hacer. Y que el mundo sigue funcionando de madrugada, entre el preciso instante en que se desmontan las calles y aquel en el que empiezan a ponerse.