OPINIóN
Actualizado 29/10/2016
Juan Ángel Torres Rechy

Si dividiéramos un mensaje en su forma y su contenido, con la intención de sopesar las cualidades de cada parte, podríamos abogar por la prominencia del contenido sobre la forma: lo que queremos decir es lo que importa, la forma está de más. La lengua del día a día resalta esta afirmación. Apela a la verdad para que sea ella la que dirima el caso. En la traducción de Suescún de la tragedia de Shakespeare Timón de Atenas, a propósito del pago de una deuda, en el Acto II le dice el Senador a Cafis: «Mi necesidad es inmediata, y no admitiré | que me devuelvan una pelota de palabras, | sino dinero contante y sonante». («Immediate are my needs, and my relief | Must not be toss'd and turn'd to me in words, | But find supply immediate.»). El recado exige el cumplimiento de un compromiso a la brevedad.
En este discurso resulta transparente que el significado debe presentarse desprovisto de toda retórica afectada. El personaje de la obra lo que quiere es su dinero. «Al pan pan y al vino vino». No obstante, quizá no siempre convenga dirigirse mediante expresiones sobrias o austeras. Posiblemente, a veces haya que vestir con algún ornamento la palabra, sin que esto conlleve una distorsión, para que sea atractiva al oído, para que lo diga todo, incluso, sin decir nada, o para que su sola presencia en el conjunto del sintagma, en la página impresa o en el medio digital, ofrezca su sentido. Como cuando una mujer ha tocado su cuello con un collar y los lóbulos de sus orejas con unos pendientes y llega a una cita en punto. No hay nada más que decir.

Retrato funerario del Fayum (siglos I-II D.C.).

Imagen obsequiada al autor de la columna después de una exposición de Lorena H. en la Universidad Veracruzana.

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