Miguel Delibes hizo coincidir el nacimiento de Cipriano Salcedo en 1517, en Valladolid, con la publicación de las tesis de Lutero en la iglesia de Wittenberg. Cipriano era el protagonista castellano de 'El hereje', una brillante novela que apareció en 1998 y donde se narra la vida de este ciudadano perseguido por el Santo Oficio en la España de Carlos V. La novela plantea una interesante relación entre la libertad de conciencia del protagonista y la represión social, política, religiosa y cultural que se establece para luchar contra la Reforma de Lutero.
Quedan pocas semanas para que todas las instituciones europeas inicien lo que marcará 2017 como el 'Año Lutero', deberíamos plantearnos la actualidad de historias como la descrita por Delibes cinco siglos más tarde, en un tiempo que ahora llamamos 'era digital'. Aunque la herejía sigue siendo una categoría teológica llena de graves consecuencias sociales, políticas y culturales en países de tradición religiosa islámica, en sociedades europeas y occidentalizadas nadie pone en cuestión la libertad de conciencia en materia religiosa al tratarse de uno de los pilares básicos de la vida democrática.
Cuando esta libertad de conciencia se analiza en otras materias que no son de naturaleza religiosa nos enfrentamos con la aparición de nuevos dogmas culturales que se van condensando en el nuevo Santo Oficio de lo políticamente correcto. Un orden que se traslada a todos los ámbitos de la vida y está colonizando el mundo educativo. El des-orden herético emerge en una comunidad de vecinos, un claustro de profesores o un grupo de profesionales cuando alguien no necesita tv por satélite, no tiene ninguna cuenta en las redes sociales, no tiene correo electrónico, dice que no usa el ordenador y considera innecesaria la utilización del teléfono móvil.
Este sujeto subversivo y sin vida cívica para la administración electrónica que nos llega será el nuevo hereje del siglo XXI. Aunque no sufra la represión política o religiosa como Cipriano Salcedo, sí sufrirá la presión social de los nuevos inquisidores que condenan a los objetores del mundo digital. No lo tienen fácil, cuando manifiestan su disidencia comienza la pendiente resbaladiza de la segregación. Caben pocos reparos cuando se trata de una posición personal de ciudadanos maduros. Ahora bien, el problema lo tenemos en las instituciones que transmiten, reproducen o gestionan las convicciones y estilos de vida. Lo tendremos en las nuevas generaciones de adolescentes que han nacido entre pantallas, de padres que comprueban la llegada de sus hijos al territorio digital, incluso de educadores que tienen que formarse compulsivamente en competencias digitales. Al hereje digital sólo le queda el revolucionario consuelo del silencio y el refugio en islas cívicas que indiquen: 'zona liberada de wi-fi'.