OPINIóN
Actualizado 25/10/2016
Isaura Díaz Figueiredo

Si hace mucho que usamos el mismo vestido en casa, en la iglesia, en el ambiente social, con la familia, si nos hemos habituado a usarlo desde ?"toda una vida" y ahora nos da miedo colgarlo de la vieja percha, y no nos atrevemos a desprendernos, por si nos deja una dolorosa sed, como si con el cambio nos quedáramos muertos.

Ajustamos los pasos, las costumbres, los credos, el amor, los pensamientos, a la estrechez reseca de este traje apolillado y viejo, que empezó siendo objeto de servicio y se nos ha trocado en carcelero. Yo digo, sin embargo, que en la vida hay muchos trajes frescos. Que debemos quemar el anticuado modelo, donde ya no nos cabe el pensamiento. Lo importante es decir un día: -¡Al diablo este vestido polvoriento! Y agarrarlo con cólera y rasgarlo y quedarse desnudo ante el espejo. Estando uno desnudo, busca traje, aunque tenga que hacerlo deshilándose el cuerpo. Lo importante es tirar ese vestido, no dejar jamás que se nos hunda en la piel y los huesos, porque entonces, amigos, deja de ser vestido y se nos hace amo y carcelero. Y las ansias no ayudan a medrar, solamente son aire viciado que nos envuelve en frías losas, o nos conduce a galeras. Compremos un nuevo modelo que se ajuste a nuestras necesidades actuales, nunca vivamos de doloridos, fatigados y absurdos inmovilismos

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