OPINIóN
Actualizado 22/10/2016
Redacción

Anulación del tiempo, plena
serenidad, constatación
de lo sublime.
Cuando el anochecer se acerca al horizonte,
el suave perfil azul
de una isla lejana
se torna negro.
La contemplamos
desde el acantilado de otra isla.

Hacia el pequeño puerto del Pozo del León,
a su cala rocosa,
se dirige un barco.
No se ve a nadie en la cubierta,
se diría que nadie lo conduce (se diría
que todo cuanto va hacia lo infinito
lo guía lo infinito).
Echa el ancla la nave,
luego enciende
sus luces-lágrimas
y se adormece.
Las láminas del cielo y de la mar
se funden, traen el sueño y lo posan
en los ojos del que ama
surcar abismos húmedos.

Quedo en este elevado mirador,
asomado
a la infinitud.
Anclada está mi vida
sobre este acantilado,
se mantiene a oscuras, pues no tiene
lágrimas-luces que encender,
y se deja fluir
en la contemplación de lo infinito.
La isla azul ya es negra.
Estamos suspendidos en lo negro.
Como las nubes,
también nosotros venimos a cerrar
los ojos del cielo.

Antonio Colinas

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