Esta ciudad es la mía, donde vivo desde hace muchos años, porque en ella nací y porque tuve muy claro años más tarde que en ella quería vivir. Podía haberlo hecho en otras, con mayores oportunidades laborales o de éxito profesional, como se dice ahora, pero opté por ella. No sé si me equivoqué, pero creo que no, porque mi opción fue por móviles personales y no económicos: aquí me sentía bien, me gustaba, tenía el tamaño apropiado según mi visión de lo que debe ser un buen lugar para vivir, ni demasiado grande ni demasiado pequeña, geográficamente estaba bien situada, era tranquila y muy bella. Por eso mismo, siempre me extrañó su marginalidad, me decía a mí misma que ciudades menos bellas e interesantes de Europa, constituían mitos, eran un reclamo turístico imperecedero, y sin embargo Salamanca era poco conocida. Sí, por su nombre sí, por la historia de su universidad también, pero visitada muy poco para sus méritos, al lado de algunas próximas como Ávila o Toledo, o más lejanas como Granada o Córdoba, o de las indiscutibles Sevilla, Barcelona o Santiago. ¿Por qué? Me lo sigo preguntando hoy.
¿Es una casualidad? En la vida no existen las casualidades, más bien lo que hay son causalidades, motivos por los que las cosas son como son y no como deberían ser. Podemos echar la mirada hacia muy atrás, pero de qué vale, llevamos ya casi cuarenta años de instituciones democráticos y debemos asumir nuestros errores, que a veces han sido garrafales. Aquí ya ha habido varias corporaciones municipales y provinciales, de izquierdas y de derechas, y en lo que se refiere al gobierno autonómico también. Y no salimos del pozo, más bien perseveramos y nos obcecamos en él: pocos niños, muchos viejos, éxodo de los jóvenes más preparados en busca de mejores horizontes laborales, la ciudad es preciosa pero económicamente es un erial.
Llegan unos peliculeros americanos y los ojos se nos vuelven chiribitas porque todos esperamos y deseamos una reactivación, un cambio. Tal vez, pensamos, si con esta serie nos dan a conocer en el mundo, el turismo tome una dimensión que hoy es demasiado reducida para nuestras posibilidades. Tal vez vengan los japoneses y de muchos otros lugares del planeta, enamorados por las imágenes que han visto en sus teles. El turismo, parece que es nuestra última oportunidad. Y la universidad, nuestro último fundamento seguro, que deberíamos apoyar al máximo.
Pero vuelvo los ojos ahora mismo a mi ciudad y no puedo por menos que decir que observo una ciudad decadente, una ciudad, como dijo en su día Basilio Martín Patino, buena para morir. Pero yo quiero una Salamanca buena para vivir, con niños en sus calles, con jóvenes emprendedores dispuestos a embarcarse en el futuro porque crean en él y no lo den por amortizado, huyendo a Madrid o al extranjero, como ocurre con algunos de nuestros mejores cerebros: los formamos, los cualificamos, nos gastamos ingentes cantidades en ello, y los reenviamos a Estados Unidos, Alemania o Inglaterra para que la plusvalía se vaya fuera de España o de Salamanca.
Gran responsabilidad en lo que sucede le corresponde a la comunidad autónoma en que vivimos, volcada en Valladolid y en menor medida en Burgos y León. ¿Quién me explicará alguna vez por qué todo el peso de la administración autonómica ha ido a parar a Pucela? Lo tenían todo cuando hubo que tomar decisiones al respecto, ¿por qué entonces en vez de concentrar poder económico y político, no se repartió entre otras ciudades menos pujantes y que habrían recibido una inyección económica con la presencia administrativa regional?, ¿no habría sido más lógico, como se hizo en Galicia y Extremadura, que la capital política estuviera en una ciudad menor que así se potenciaría, como sucedió con Santiago y Mérida?
Pero nos abandonaron. La organización territorial del Estado, en el diseño constitucional, tenía por fin distribuir el poder para hacerlo más eficaz, pero en vez de ello hemos recentralizado España: antes todo giraba sobre Madrid, ahora sobre Valladolid o Sevilla o Barcelona. Y esto se ve bien en las oportunidades perdidas, como por ejemplo con nuestra capitalidad cultural europea, que se nos vendió como el prólogo de una Salamanca cultural promovida y protegida desde la Junta: ¿dónde ha quedado aquel proyecto, por qué se tiró al cubo de la basura, es que Valladolid lo tiene que tener todo? O el poder financiero que para Salamanca suponía Caja Duero: ¿quiénes fueron los responsables de la desdichada fusión con Caja España, qué responsabilidad tuvieron entonces quienes dirigían la consejería de Economía autonómica con aquel ensueño sin base de una gran caja regional, para acabar formando parte de la caja andaluza?
Y así estamos: a la ciudad, a esta ciudad, a mi ciudad, le falta vida, empuje, ideas, proyectos. Sobrevivimos, miramos el pasado constantemente porque el futuro es como si no existiera. Pero existe y es posible. Por lo menos, que no nos arrebaten la esperanza.
Marta FERREIRA