OPINIóN
Actualizado 20/10/2016
Rafael Muñoz

No somos escapistas, nuestras palabras llevan nuestros cuartos o su falta, no nos desprendemos de nuestras raíces sino que somos individuos con metros cuadrados, con tiempos cúbicos, recuerdos y enlaces, acabar con nosotras sería acabar también con lo que habitamos, y no me refiero a la propiedad que o no tenemos o puede caer, me refiero a lo que no termina en nuestro cuerpo. [?]

La realidad es también las posibilidades que alberga.

Belén Gopegui

Tengo entre mis manos un libro acogedor, hospitalario. Su lectura me tiene incendiadas las meninges hasta tal punto que, al ponerme a escribir sobre él, pensando en cómo trasladarles la cantidad ingente de ideas que me ha provocado su lectura, me paraliza. Inicio una y otra vez, desde diferentes ángulos, el comentario que me suscitan sus reflexiones, y tengo miedo a olvidarme de algo importante que necesitaría hacerles saber.

El libro es una continua invocación al convencimiento de que la literatura, sea ésta contada o escrita, a que las manifestaciones artísticas en todas sus formas de representación, tengan un espacio, un lugar, en nuestro hacer cotidiano, sobre todo, en el día a día de los más pequeños y jóvenes.

Leer el mundo, de este modo titula su autora, Michèle Petit, su obra, deja patente en el subtítulo que quiere hablarnos de Experiencias actuales de transmisión cultural. Pero conviene no hacerse una falsa idea al respecto, no se trata del simple relato o constatación de esas prácticas.Los temas que nos acerca son tantos y tan estimulantes, que hoy prefiero hablarles sólo de algunos; tiempo habrá para retomar el resto.

Hay algo en la escritura de esta antropóloga de la lectura, en su manera de contar, que siempre me ha subyugado. Hablo de la forma en que nos acerca a sus trabajos sobre la lectura en el medio rural, o el papel de las bibliotecas públicas y los mediadores culturales en la lucha contra los procesos de exclusión, o los modos en que la lectura nos ayuda para construirnos como personas, a ser protagonistas de nuestro paso por el mundo, inclusive en contextos sociales poco amigables.

Petit, suele partir de una mirada curiosa e incisiva que posa sobre lo que le rodea, para reflexionar después, relacionando elementos a veces poco habituales, y ofrecernos sus observaciones de forma diáfana y cercana. Un ejemplo:

Cuenta que en uno de sus viajes al hemisferio sur la invitaron a pasear de noche para contemplar su cielo estrellado. Recuerda que al levantar su mirada se sintió un tanto perdida y un desconcierto curioso la invadió, al no poder reconocer las constelaciones que le ofrecía la bóveda iluminada. Fue entonces cuando su memoria de infancia acudió en su ayuda y recordó, gracias a las historias recibidas, a la estrella conocida como la Cruz del Sur. Cuando pudo verla, se sintió algo más segura; el poder nombrarla y después situarla en aquel cielo ignoto le ofreció un cierto cobijo: fue su punto de anclaje para comenzar a construir, hacer suyas, a esas miríadas de estrellas desconocidas.

Recordándonos que las constelaciones no se apoyan en principios científicos, sino que se trata de construcciones del ser humano para establecer un orden, nos remite a historias del mundo antiguo que trataron de domesticar, al ser contadas, los miedos de nuestros ancestros ante lo desconocido, al igual que le había ocurrido a ella.

Lanzamos historias, creamos andamiajes con ellas para hacer el mundo más habitable, y lo hacemos de generación en generación para presentar el mundo, primero a los más pequeños, para que encuentren su lugar en el mundo, para que puedan, en cierta medida, transitar por él:

Te presento a aquellos que te han precedido y el mundo del que vienes, pero te presento también otros universos para que tengas libertad, para que no estés demasiado sometida a tus ancestros. Te doy canciones y relatos para que te los vuelvas a decir al atravesar la noche, para que no tengas demasiado miedo de la oscuridad y las sombras. Para que puedas poco a poco prescindir de mí, pensarte como un pequeño sujeto distinto y elaborar luego las múltiples separaciones que te será necesario afrontar. Te entrego trocitos de saber y ficciones para que estés en condiciones de simbolizar la ausencia y hacer frente, tanto como te sea posible, a las grandes preguntas humanas, los misterios de la vida y de la muerte, la diferencia de sexos, el miedo al abandono, a lo desconocido, el amor, la rivalidad. Para que escribas tu propia historia entre las líneas leídas.

Con estas hermosísimas palabras lo ejemplifica la autora, y su fuerza poética nos muestra la función de la lectura, de las historias contadas o leídas, del sentido primigenio y último de cualquier manifestación artística.

Pero esta transmisión cultural necesita de la ayuda de diferentes espacios y mediadores. Empezando por los familiares o los más cercanos, que tienen en sus manos un capital del que a veces no son conscientes y que nada tiene que ver con estudios y títulos, hablamos de la aptitud para inventar gesto, palabras, relatos, para introducirlos en el mundo de manera poética y hacer de los rituales una fiesta compartida, a los pequeños de la casa.

Sin olvidar la fundamental presencia de los mediadores culturales (docentes, bibliotecarios, promotores, culturales, artistas y científicos): el libro recoge experiencias desarrolladas en talleres sobre lectura y escritura, en contextos desfavorecidos, donde se construyen constelaciones comunicativas que ayudan a moverse a través de la negrura que a veces nos ofrece este mundo.

La autora da paso en sus textos a la necesidad de la lectura, apartándola de su uso utilitario, de la rentabilidad y éxitos mal entendidos, y de esa queja sempiterna por los bajos índices de lectura, y la vincula a espacios-fuerza con gran carga metafórica.

Nos habla de lugares donde poder guarecerse, espacios, libros-cabañas', también para aquellos que carecen de territorios personales, expulsados de sus hábitats por contextos de violencia.

De la apropiación de lo leído: los lectores escriben su propia geografía, su propia historia entre las líneas leídas; o el acercamiento al otro a través de lo que se lee, intentando doblegar ese miedo que tenemos a la ajenidad.

De aventar nuestro pensamiento, para sostener y devolver la toma de la palabra, porque la experiencia de la lectura, cuando trae ideas, sugiere acercamientos insólitos, inspira despierta. Leer para aprender a mirar a lo lejos cuando levantamos la vista de un libro, para volver encontrar el asombro frente a lo que nos rodea, para mirar mejor.

Pero ¿cuáles son materiales que ensamblan un relato, qué lo constituye?

Una muy querida bibliotecaria por todos los que nos hemos movido en estos espacios pidió en su día a Petit que hablara en un encuentro sobre las palabras, sobre lo que significa comunicar y qué constituye un relato, y se puso a ello, intentando huir de lo manido, se puso a mirar fuera para poder ver dentro.

Las palabras? El niño llega a un mundo lleno de vocablos que nombran el mundo y tendrá que hacerlas suyas encontrar su lugar en ese lenguaje, situarse en él, volverse sujeto. Y será la madre o la persona que se cuide de él, quien lo lleve a efecto, primero con su canto, después señalando para que el niño pueda nombrarlos y establecer distancia con ellos. Descubrir el pesar de la ausencia, la de la madre y la que será la suya, y conjurarlas con las palabras.

Comunicarse? Lanzar palabras que buscan la interlocución, como cuenta la autora que hacía en su infancia, con aquellos prospectos de publicidad, llenos de palabras, que arrojaba con su primo a la playa, en cascada, una y otra vez. Como ahora lanza palabras con este libro para que alguien las recoja: El lenguaje está hecho así, de extravíos, de apropiaciones, de desvíos. Buscar siempre a ese destinatario: Muchas veces pensé que se leía en los bordes, en las orillas de la vida, en los lindes del mundo [?] El lugar de encuentro es quizá esa orilla en la que jugamos?

Narrar? No paramos de contar y contarnos a lo largo de nuestra vida, intentando aportar sentido a nuestro paso, junto con los otros: para forjar una suerte de continuidad entre, el pasado, el presente y lo posible escribía Jerome Bruner y recoge Petit. Nos está hablando del relato, que se hace más presente y necesario en momento de zozobra (guerras, catástrofes, pérdidas), porque hay sin duda un hilo común entre la manifestación de una crisis y la narración. Pero contar también nos protege y ampara, hasta en los pequeños desastres cotidianos.

Contamos, por último, para reactivar nuestros deseos, para soñar: No nacemos para estar todo el tiempo sobre el suelo, proclama Daniel Munduruku. Somos animales poéticos, parece contestarle Michèle Petit en esta presentación de su libro:

Rafael Muñoz

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