OPINIóN
Actualizado 19/10/2016
Manuel Alcántara

Se dice que hoy no existe la intimidad, que la publicidad de nuestros actos es uno de los resultados de la revolución producida en el terreno de las comunicaciones. Encontrar a alguien es relativamente fácil, saber al menos de ciertos fragmentos de su vida es factible. Sin embargo, cuando se mira apenas un puñado de décadas atrás la cosa se complica, incluso para quienes desempeñaron papeles mínimamente relevantes. No me refiero al proceloso asunto de la memoria sino a algo más simple como es un preciso momento o una determinada trayectoria vital. Con mayor o menor pericia se glosa una circunstancia concreta en un evento cultural de hace sesenta años que se ilustra con una foto o se realiza una nota necrológica, pero sobre ello se alza el velo de la ignorancia, de la identidad perdida. De sendos avatares doy fe.

Una foto en la que diferentes individuos están presentes en una velada cultural madrileña en la década de 1950. El pie de página les identifica con nombres y apellidos salvo al primero a la izquierda. El caso es diferente del de la imagen en la Plaza Roja de Moscú en la que Trotski será desaparecido con el tiempo. Aquí Antonio Lago está de pie y tiene un tímido gesto de sorprendida sorna. No ha sido visualmente eliminado, pero queda ninguneado al no brindarse su nombre por la impericia de quien redacta la nota a la hora de investigar quién es o simplemente por la desgana al considerar que es irrelevante. Un acto burocrático que ningunea a una vida.

Alguien que militó en el antifranquismo y que justo cuando alboreaba la transición tomó la decisión de abandonar el país dividiendo exactamente en dos mitades iguales su vida octogenaria es objeto de un obituario banal, otro mero acto administrativo para cumplir el expediente de reconocimiento de una figura, de una época. Lugares comunes ribeteados con pinceladas de una vida privada que queda coja, huérfana a la hora de profundizar en la complejidad existencial de las relaciones humanas y políticas. Entonces pienso si el texto no es una excusa para aparecer en la prensa quien lo suscribe reivindicando un pasado oscuro, demasiado alejado del presente, que configura este alegato fallido en favor de la memoria y del reconocimiento. ¿A quién le importa además de a los más allegados un hombre sin identificar o una biografía mutilada? A mí.

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