Llegará el tiempo de guardar los remos.
Un día de estos llegará el camión que se lleve las barcas del río. Las guardarán en un remoto almacén apiladas como fichas de dominó, como chocones coches después de la feria, como felices fotos en una vieja lata de galletas.
Luego el cauce negará su anchura, y solo las hojas de los árboles podrán navegar por su cauce sin horas. Serán las de los chopos de la ribera; esa pasarela otoñal del recurrente desdecirse de lo verde para mostrar vistosos abrigos de hojalata dorada, cárdena, terrosa..., y de nada, como el desamor de las raspas de los árboles.
Llegan ya los días de viento rasposo, pues el otoño es un lugar propicio para la lírica, y sonará la lira del aire convocante y triste como de la armónica de Bob Dylan.
Echaré de menos las barcas del estío, los paseos acuáticos por tus besos, la liquidez del tiempo en tu cuerpo, y ese continuo remar voluntades que es el amor.
Sí, nuestro río Tormes se quedará sin barcas, pero a mí me da por pensar -porque el amor,como el tiempo, como el agua, está siempre a la fuga - que todas las aguas que amamos tú y yo en el verano estarán ya en el Atlántico, y que cuando llegué la fría tarde de crudo invierno, a la que no quiere llegar ningún romance, serán un témpano en el ártico sobre el que remarán su amor de hielo una pareja de pinguinos.
Fotografía: Navegando en el río Tormes, Salamanca, domingo 16 de octubre de 2016.