OPINIóN
Actualizado 17/10/2016
Antonio Matilla

Como hombre moderno que soy, pues he nacido después de 1650, año de la muerte de Descartes, me correspondería ser dueño de mis ideas y mi destino, autónomo, o mejor independiente. Pero últimamente mi modernidad está un poco chunga y me encuentro dependiente, pachucho, necesitado de ayuda y, en absoluto dueño de mi destino. Al contrario, la debilidad física, bien que temporal, me ha bajado los humos y veo que no, que aunque soy una "mónada" ?una monada podría serlo antes, pero ya a mis años, como que no- no sólo no domino el mundo que me rodea, aunque sé que está todo él dentro de mí y de mi conciencia, sino que éste tiene tendencia a dominarme a mí.

Y así, me siento como un juguete roto en manos de los partidos políticos que, entre otras cosas, no sólo no han aprobado la subida de mi pensión en los tres euros mensuales que me corresponderían porque un Gobierno en funciones no puede aprobar esas cosas, sino que posiblemente tampoco se los va a subir a los pobres de mis parroquias, por lo que podríamos vernos obligados a aumentar las ayudas que necesitan, sin que el Estado pueda hacerse cargo porque no hay presupuestos. Tomo nota de los partidos políticos que van a producir estas pequeñas catástrofes para votarles en algunas Elecciones?antes de la tarde del día del Juicio Final. Eso por no hablar del futuro de mi patria, que -"a rio revuelto, ganancia de pescadores"- muchos intentan romper, en favor de patrias más pequeñas, que serán creadas por un incompleto "derecho a decidir"; y digo incompleto porque a mí no piensan consultarme. Y mientras no me consulten, y yo quiera ser consultado, no habrá decisión legal posible?o se impondrá por la fuerza de los hechos consumados. Todo muy "democrático".

Ese tipo de "patria" es la que quería ¿y quiere? imponer ETA. He aprovechado estos días de pachuchez para leerme la novela del mismo título de Fernando Aramburu en la Editorial Tusquets, dejándome envolver por la destrucción humana, no sólo de los asesinados, heridos y damnificados, sino muy especialmente de sus familiares, tanto de los violentados como de los violentos, que provocó la pretensión fantasiosa de lograr ese tipo de "patria" por la fuerza. Por cierto que un coletazo de aquella catástrofe humana la han podido experimentar en carne y huesos propios un teniente y un sargento de la Guardia Civil en Alsásua (Navarra), que estaban divirtiéndose con sus respectivas parejas durante la noche del viernes al sábado pasado, y que fueron salvaje y cobardemente apalizados ?las dos mujeres también?¡gudaris valientes!- por una horda abertzale, a la que la Policía Foral tendrá que poner cara, ojos y DNIs.

Y yo que, como moderno, no soy partidario de brexits ni de soberanismos e independentismos decimonónicos, estoy ahora con un poco de depre ante la pretensión del Gobierno holandés que, en contra del informe de sus propios expertos, quiere extender la eutanasia a las personas que ya no encuentren sentido a vivir aunque no tengan problemas graves de salud. Algo no funciona en esta Europa de nuestros pecados: tenemos crisis demográfica, no admitimos fácilmente refugiados, preferimos que nuestros viejos se nos mueran cuanto antes para que dejen de gastar recursos públicos y no estropeen nuestra estrategia bien planificada de disfrute y de descarte. Pero, gracias a Dios, sigue habiendo entre nosotros muchas personas solidarias, rechazantes de la injusticia ?por cierto que Fernando Aramburu abusa de esta forma de adjetivo, antiguo participio de presente, tal vez para crear el ambiente frío y duro necesario para entrar a fondo en su novela-, misericordiosas, generosas, constructoras de paz. ¿Quién ganará esta batalla humana, política, espiritual y cultural? El futuro de Europa ?nuestra patria grande- y de España está en el alero. De nosotros ?también- depende. No vale el escaqueo.

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