OPINIóN
Actualizado 17/10/2016
Rubén Martín Vaquero

El XVII fue un siglo de apatía y decaimiento que se prolongó hasta principios del siglo XVIII. Salamanca y su Tierra entraron en una crisis económica endémica provocada por una serie ininterrumpida de malas cosechas debido a las sequías, a las inundaciones y a las plagas -langosta-; a las pestes ?garrotillo-; por la ineptitud de reyes y gobernantes; por la pérdida de la hegemonía mundial; por la corrupción; por la huida de hombres y mujeres a los conventos para sobrevivir; por una mentalidad contemplativa y no activa; por unos privilegiados haraganes y depredadores; por el incremento de los impuestos? y por las guerras, que afectaron sobre todo al estamento de los no privilegiados y que provocaron la ruina de campesinos y artesanos, y un notable descenso de la población.

A esta caída demográfica contribuyó que en el año 1609 Felipe III promulgó el Decreto de Expulsión de los moriscos. De Salamanca salieron hacia los puertos de Levante más de 500 familias de las más industriosas de la época y quedaron despoblados los barrios de San Cristóbal y San Mateo. Se conservan las órdenes reales que recibió el corregidor en la expulsión para evitar abusos, robos, engaños, injurias y malos tratos.

También se marcharon unas 500 familias portuguesas cuando la Emancipación de Portugal en 1640.

Llegó a tal extremo la falta de brazos para trabajar en el campo que se dieron una serie de prebendas a los agricultores del alfoz, como el de no poder ser prendidos por la justicia los días de mercado, ni hasta que recogieran la cosecha?, incluso se prohibió sacar trigo de la provincia, porque no había suficiente con lo cosechado para dar de comer a los habitantes de la capital, a causa de las pocas tierras que se sembraban.

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