TOROS
Actualizado 14/10/2016
Redacción

Los jóvenes valores serán los nuevos nombres para el toreo eterno, ese reducto de soñadores, hijos del siglo XXI en un siglo XXI que no los entiende

Salamanca apura ya el tiempo de toros, la peregrinación de los aficionados por las plazas, el café y la copa antes de acceder a los tendidos. Alba de Tormes echará en unos días el cierre de la temporada en la provincia, dando paso a los días de campo y herraderos, abriendo la puerta al invierno, la pana y la leña de encina.

Cuando esté mediado octubre, volverá el silencio a los tendidos, la paz del frío a las dehesas, las anotaciones a las libretas, la tertulia al amor del fuego, la memoria viva del aficionado, el poso de tantas tardes, tantos kilómetros, sol y sombra, el triunfo y la herida; el repaso de tantas promesas que son las que alimentan la trastienda del toreo, las que lo mantienen vivo los 365 días del año como el último reducto de verdad, de sueños.

En la memoria, siempre ya, aquel 9 de julio maldito en Teruel, allá donde Víctor Barrio perdía la vida para entrar en la gloria, para recordarle a la sociedad del siglo XXI que 29 años son demasiado pocos para irse por esta locura, por este veneno del toreo. Para recordarnos a todos que aún quedan hombres que miran cara a cara a la muerte, que se juegan la vida frente a un toro; que todo lo que ocurre en la arena es verdad y que los toreros son héroes, pero son también hombres, carne y hueso, cuerpo y alma, mortales, inmortales.

HIJOS DEL SIGLO XXI

El toreo se ha convertido en un reducto de héroes, de soñadores. Miras sus caras jóvenes, con sus hechuras de jóvenes y sus barbas a medias de hacer y piensas que los chicos de su edad son hijos de las nuevas tecnologías, de las facultades, las noches de copas y los días sin riesgo. Los chicos de su edad, los que rondan la veintena, no conocen aún el miedo de enfrentarse a la vida, a la muerte; el vértigo, la sensación de ponerse frente a la puerta de chiqueros, el latido caliente cuando pasa por el vientre un bravo embistiendo, la fragilidad del cuerpo frente a dos astas como dos hachas, el dolor de los huesos cuando se quiebran como si fuesen de papel.

Los chicos de su edad no conocen otro campo de batalla que la pantalla de un teléfono móvil donde con solo apretar un botón matan pokémons y bichos de ficción que no te abren las carnes ni te dejan el cuerpo hecho un trapo después de un revolcón. No conocen el cuerpo a cuerpo en las distancias cortas, ni el peso de una muleta, el filo certero del acero de una espada, ni la incertidumbre al dejar atrás la habitación y todo lo que amas sin saber si habrá un retorno a casa, un nuevo abrazo.

Pero los bichos raros son ellos, los jóvenes toreros, hijos también del siglo XXI, de las nuevas tecnologías, de twitter y la realidad virtual en la que todos vivimos como una ventana por donde escapar del mundo. Más allá de la normalidad con la que llevan sus vidas de veinteañeros, sus caminos están trazados por valores cada vez más desdibujados en nuestra sociedad: el sacrificio, la tenacidad, el esfuerzo, la disciplina, el apostar la propia vida por un sueño y abrirse camino en un mundo donde nada es fácil, donde nadie te regala nada.

APERTURA DE CARTELES

La temporada 2016 ha abierto el abanico y los carteles con la llegada de nuevos valores que han venido arreando y que se han visto anunciados en la práctica totalidad de las ferias. Un relevo generacional necesario para mantener viva la afición y la ilusión. Hijos del siglo XXI para el toreo del siglo XXI, ese reducto de soñadores que los racionales del siglo XXI jamás entenderán.

Los aficionados lo pedían y llegaron ellos para abrir las combinaciones y despertar ilusiones nuevas en los viejos aficionados, en los nuevos aficionados, presentando sus credenciales de toreros jóvenes con hambre de ser alguien cada tarde.

Dos volteretones y una fuerte contusión craneal obligaron a Andrés Roca Rey a cortar la temporada cuando ya en las plazas era el rey. Con solo 19 años el peruano, que ya despuntó en el Bolsín de Ledesma en 2013, ha puesto patas arriba el toreo con su valor seco y sus terrenos imposibles, con su diálogo cara a cara con la muerte sin darse apenas importancia, como si fuese cosa de cada día. Demasiado irracional para este siglo XXI cargado de fórmulas y razones. Demasiado grande para contarlo sin poner el corazón en cada letra.

Como máximo exponente de esta regeneración partía Alberto López Simón, nieto de ledesmino, un torero valiente que se ha medido con las principales figuras y que en 2016 se ha encerrado por dos veces en solitario (una de ellas en Salamanca) con desiguales resultados pero con voluntad y firmeza. Seis toros, y luego otros seis después de sumar tarde tras tarde, plaza tras plaza. Y ahora, a toro pasado, sigo preguntándome qué se siente cuando alguien sabe que tiene una cita de más de dos horas con seis desconocidos dispuestos a matarte, a mandarte a la enfermería al menor descuido. Qué puede mover a un joven a enfrentarse con seis sicarios de su raza, de sus genes, de su estirpe, que tienen que embestir porque es su obligación, como es la obligación del torero someterlo y sobrevivirlo, darle muerte y celebrar la vida.

Los miras y te preguntas qué persiguen con su juventud insultante descendiendo a lo real en un mundo tan virtual, tan sin sangre, sin pasiones ni sueños.

Lleva escritos en la cara sus veintidós años y se ha consolidado como un torero llamado a hacer cosas grandes, a ser figura. Es José Garrido. La vida, la real, la que tenemos. La vida en la tierra, la de cada día, no las vidas que multiplican los jueguecitos del móvil. La vida.

En Bilbao confirmaba lo que ya venía anunciando de plaza en plaza: su enorme capacidad, su colocación, su excelente toreo de mano baja y su buena cabeza a la hora de plantear tiempos y distancias. Y piensas también lo que cuesta llegar ahí, el camino recorrido, cuántas tardes, cuántas sombras, cuántas decepciones y soledades antes de acariciar el sueño y luchar por él a cara de perro, a mordiscos, en este siglo XXI tan políticamente correcto, tan frío, tan desconocedor de la épica y el romanticismo que encierra el toreo. Tanto que no lo entiende.

Y se abrió el abanico, y otros entraron con ellos y otros se anuncian y otros vienen arreando para el año que viene y otros alimentan el sueño en el campo y en las escuelas.

En apenas unos días comparece Juan Leal en la plaza de Alba de Tormes, que también pide paso pasito a pasito y que tan buen sabor de boca dejó en Madrid, en el templo del toreo, donde uno no puede permitirse el lujo de fallar una vez que traspasas sus puertas de ladrillo colorado.

Allí, en Alba de Tormes, cerrará su temporada, esta llamada de atención en la que ya se deja los nudillos y apuesta los muslos. Y en ese punto final de la temporada salmantina comenzaremos a andar el camino que conduce a la temporada de 2017.

Los jóvenes valores serán los nuevos nombres para el toreo eterno, ese reducto de soñadores, hijos del siglo XXI en un siglo XXI que no los entiende, sin saber que es esa emoción, esa locura, ese veneno, el que los mantiene rabiosamente vivos. El que nos mantiene rabiosamente vivos.

Tan toreros, irracionales, inalcanzables.

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