OPINIóN
Actualizado 11/10/2016

En las sociedades más ricas la gente se pasa la vida corriendo, a veces a un ritmo frenético. Vivimos inmersos en lo que se ha dado en llamar sociedad de consumo y cuando no estamos produciendo estamos consumiendo. En las sociedades más deprimidas económicamente, las personas son prisioneras de necesidades básicas que, incluso trabajando de sol a sol, pueden no llegar a cubrir.

Al final... todos esclavos, condenados a este invierno del alma de insatisfacción y desesperanza que produce una especie de desazón, de embrutecimiento, de desconexión de uno mismo que desemboca en pura inercia mecánica. Y lo mecánico tiene poco de humano, todo lo contrario que el Arte. El Arte tiene la capacidad de sacarnos de cualquier runrún monótono. El Arte, cuando es bueno, te sacude, te conmueve, te emociona, te lleva de viaje a lo más profundo y más humano que hay en uno mismo, te lleva, en fin, al lugar donde se tienen guardados los sentimientos.

Por un segundo, piense en la última vez que algo le ha conmovido de forma profunda. Piénselo. ¿Fue una película? ¿Una melodía? ¿Fue una escultura? ¿O una novela o un poema? Piénselo un segundo. ¿Lo tiene? Si no piénselo aún un poco más hasta que lo recuerde. Es importante. ¿Ya?. Bien, ahora... ¿Recuerda lo que sintió?. Difícil de explicar, ¿verdad? Emoción. Seguramente.

Decía Dostoievski (uno de los principales escritores de la Rusia zarista, cuya literatura explora la psicología humana en el complejo contexto político, social y espiritual de la sociedad rusa del siglo XIX): "mientras los hombres no se sientan en verdad humanos no habrá fraternidad. Por eso, precisamente, es tan importante el Arte para que el hombre, cualquier hombre, se reencuentre de nuevo consigo mismo de forma inesperada".

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