En "La Ignorática y el fútbol" recordé a Cristina Peri, una mujer que disfrutaba del fútbol incluso de niña: "Para golpear una pelota, el hombre primitivo solo tuvo que inventar la rueda, el círculo, o sea, la imaginación? Pero estoy segura de que antes de golpear una pelota de goma o de cuero, nuestros antepasados pateaban las cáscaras de nuez, las naranjas caídas, los pomelos y las bellotas. No gritaban "gol", pero era algo muy parecido?" (Número 44, "Letras Internacionales"):
Insistía yo: "El fútbol es búsqueda. Es encuentro. Es disfrute. Es elección para después abandonarse al éxtasis si el partido fue bien jugado o para aquel regate sutil que perdura aún en el recuerdo". Del mismo modo, plasmé una delicia literaria de Jean Philippe Rethacker en su libro "El fútbol": "Dumbé, el niño negro, se quedó parado ante la pelota que tal vez un Papa Noel blanco había depositado ante la casa familiar? era preciso "apoderarse" del balón, quitarle su independencia y su vida. Así aprendió a dominarlo y a amortiguar su fuerza? debería saber "guardarle"; para ello aprendió a regatear y a conducir la pelota? descubrió que podía y debía "ceder" el balón, liberarlo en beneficio de un compañero a quien dirigiera su pase, o en provecho propio, mediante el tiro, último acto supremo del fútbol".
Hace unos días, en el Máster de Periodismo de la Universidad del Rosario, el periodista español Santiago Segurola (El Maradona del periodismo según Valdano), a la vez que se lamentaba de la corrupción en el fútbol como del uso de la tecnología aplicada al juego, sentenció: "El fútbol seduce porque transporta a la infancia". Personalmente, me gustaría ver a los entrenadores de niños (educadores) dejándolos correr detrás del balón, libremente, sin límites tácticos, sin renuncias a movimientos incluso anárquicos, sin voces inapropiadas ni prohibiciones, sin intervencionismos, sin "estabularlos" en el terreno de juego como si fueran pollitos de granja amaestrados?
Salamanca, 4 de octubre de 2016.