OPINIóN
Actualizado 06/10/2016
Redacción
Hace unas horas, la Iglesia ha hecho pública la encíclica del Papa Francisco Laudato si; un texto que aparece con un subtítulo muy significativo: "sobre el cuidado de la casa común". Mientras la opinión pública desgrana con detalle cada uno de los seis extensos capítulos que la integran, es bueno que nos fijemos en el nuevo horizonte doctrinal que se nos abre.

En principio, el Papa Francisco se inscribe explícitamente en un horizonte franciscano. El hecho de que haya elegido como título de la encíclica las dos primeras palabras del Cántico de las criaturas de San Francisco de Asís es una señal evidente de la tradición ecológica en la que quiere inscribirse. Por si había alguna duda, las dos oraciones que propone al final tienen el aire de familia del mismo Cántico. Este horizonte franciscano explícito no debería interpretarse de forma nostálgica como una vuelta romántica a lo que podríamos llamar "antiguos" planteamientos franciscanos. Estamos ante una renovación radical del productivo horizonte franciscano y por eso debemos hablar de una nueva ecología franciscana. Sin evitar el doble sentido de la expresión "ecología franciscana", estamos en el horizonte de la primera ecología que puso en marcha Francisco de Asís y se nos plantea desarrollarla en el siglo XXI porque el poder del sistema socio-científico-tecnológico ha cambiado radicalmente la relación entre Naturaleza y Cultura, Naturaleza y Gracia, Creación y Redención.

Desde las primeras líneas de la encíclica, Francisco deja claro que no está reivindicando una ecología epidérmica, cosmética, pajarera o romántica. Muestra claramente la continuidad de sus reflexiones con las Pablo VI, Juan Pablo II o Benedicto XVI, sobre todo en la crítica a lo que filosóficamente llamaríamos racionalidad instrumental. En los sesenta y setenta la Iglesia denunció la actividad incontrolada del ser humano, la degradación de la naturaleza y las catástrofes ecológicas que llegarían; en los ochenta y noventa se reclamó una conversión ecológica global incidiendo en las deficiencias del modelo de producción y consumo o la consolidación de estructuras contrarias a la dignidad humana.

La tradición franciscana es muy clara: el libro de la naturaleza es uno e indivisible. Además, la libertad humana no puede plantearse de espaldas a la categoría central y nuclear de todas las éticas contemporáneas: "el imperativo de responsabilidad". La voluntad humana, el horizonte de los deseos y las circunstancias de la autonomía moral no pueden plantearse de espaldas a la naturaleza. En este sentido, la nueva ecología franciscana no puede ser leída en términos simplificadores de "encíclica verde", estamos ante nuevos desafíos que no son únicamente antropológicos sino "antroponómicos". La nueva ecología franciscana transforma la antropología de la vieja antropología franciscana.

La ecología ya no puede ser pensada sin una antropología normativa, es decir, sin una reconstrucción integral de todas las dimensiones de la vida moral. Atentos al adjetivo "integral" porque es una de las claves más interesantes de la encíclica. No estamos ante una antropología naturalista o espiritualista sino ante una antropología normativa como la desarrollada por el personalismo comunitario del siglo XX al que Francisco hace un guiño determinante cuando se remite a Romano Guardini repetidas veces o la Filosofía de la voluntad de Paul Ricoeur en la nota 59. Como dirían algunos periodistas: "ojo al dato".

Este sentido normativo de la antropología exige una reconstrucción, un sentido originario de la ética y la economía, es decir, una apelación a la raíz común de las actividades relacionadas con la gestión de la "la casa" en todos sus niveles o escalas. "Oikos" es el término griego que traducimos por "casa" y del que históricamente derivarán economía, ecología o el propio término ética. Cuando apelamos a estas raíces comunes es comprensible la utilización de términos como "familia humana" o "casa común". La nueva ecología franciscana nos lanza el desafío de la habitabilidad integral del planeta para frenar la aparentemente irremediable cultura del descarte.

Francisco no está reclamando una nueva ascética, deja muy claro desde el principio de sus reflexiones que su nueva ecología no consiste simplemente en "renunciar". El paso del consumo al sacrificio pide que se interprete en términos de comunión y distribución, no en términos de mecánica renuncia. Reclama promover el don y la donación, entender el mundo como sacramento de comunión. Una cultura de la responsabilidad y la donación que no puede plantearse únicamente en términos "micro", es decir, en términos de primer persona. Una renovación radical en todas las escalas que incluya el nivel "meso" y el nivel "macro". Además de la persona (micro) tiene que afectar a las organizaciones (meso), a la comunidad internacional (macro).

La llamada de Francisco es "urgente", como si en la nueva ecología el mañana siempre fuera tarde. Lo repite en el epígrafe 13 y 14, está en juego el futuro del planeta. No pide que nos quedemos en los efectos o la epidermis sino que vayamos a las causas del deterioro ecológico. Pide dar un paso más, "un paso adelante" (par. 15) en la línea de la acción, del diálogo y algo que resultará muy productivo para todos los educadores, en el cambio de motivaciones y en la promoción de un camino educativo. Es la oportunidad de una educación ambiental que no se reduzca al ambientalismo, la ecología profunda, la ecología superficial o la simple moda de lo verde.

Son muchos los temas planteados y en otras entradas podremos analizarlos con calma. Incluso hay una apelación radical a un modo de entender las relaciones entre Naturaleza y Cultura donde tienen un lugar privilegiado la Belleza, las artes, y entre todas las artes la Música porque supone una relación integral con todo lo creado. Por eso, os dejo con el vídeo de la "Nana para un niño suerte" que nos reclama con urgencia hacer una casa común:

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