OPINIóN
Actualizado 03/10/2016
Antonio Matilla

El Gobierno de la Comunidad foral de Navarra y el banco o caja Laboral Kutxa acaban de conceder a los "maristas azules" de Alepo, en Siria, el premio Internacional Navarra a la Solidaridad 2016, por ?al decir del jurado- su atención a personas damnificadas por la guerra arriesgando su propia vida, tanto las residentes en la propia ciudad de Alepo, como a los refugiados damnificados por la misma guerra, provenientes de otras partes del país. No creo equivocarme mucho si digo que el alma de este grupo es el hermano marista Georges Sabe, con quien conectan mucho últimamente emisoras de televisión y de radio españolas. El "hermano Georges", que es como yo le conocí hace doce o trece años, es un sirio que entró en la Congregación de los Hermanos Maristas pero que, por avatares del destino, acabó formándose en El Escorial, dado que en Beirut estaban en aquel momento también en guerra, esa guerra multifacética que lleva decenios desangrando el Medio Oriente. Su prolongada estancia en España es lo que nos permite ahora escuchar sus crónicas en un castellano bastante aceptable, dado que su lengua materna es el árabe y tiene como segunda lengua el francés.

Coincidí con él en varias reuniones del Escultismo Católico Europeo, del que a la sazón yo era Consiliario, y que abarcaba también el Escultismo Católico, a veces muy pequeño, de los países árabes. Andando el tiempo tuve la fortuna de ser invitado, junto con un sacerdote francés, para impartir un curso de formación para monitores del clandestino Escultismo Católico sirio, así como a una peregrinación a los lugares santos de la Tierra Santa, que no abarca sólo Israel y Palestina, sino también Jordania, el Líbano y Siria. Una parte de las visitas que hicimos tuvieron como base de partida la ciudad de Alepo, donde florecía una minoría cristiana importante y muy activa.

Los Maristas habían tenido Colegios de Enseñanza en Alepo, pero cuando se impuso el régimen del Baas (que podríamos personificar en el actual presidente sirio Bashar al Asad, sucesor de su padre Hafed), expropió todos los Centros católicos de Enseñanza, que pasaron a ser estatales. Los hermanos Maristas, en lugar de abandonar el país, decidieron quedarse para animar a la comunidad cristiana y allí fui donde conocí al hermano Georges Sabe. El régimen les había permitido conservar una pequeña ala del Colegio donde estaban las habitaciones de los hermanos, así como la capilla, que se llenaba con la presencia de cristianos, sobre todo niños y jóvenes y muchos matrimonios jóvenes. Los Maristas, pues, en lugar de enseñar Matemáticas, se dedicaron en cuerpo y alma a los matrimonios, a ayudar a los niños en las tareas escolares, a organizar grupos de caridad y ayuda y a poner en marcha iniciativas educativas no formales ?fuera de la Escuela-, especialmente el Escultismo Católico, que dentro de los locales de la iglesia podía reunirse, tener sus símbolos y costumbres, pero fuera "del convento", como ellos mismos decían, era una actividad prohibida y, por tanto, totalmente clandestina.

Por lo que yo sé, cuando hace cinco años empezó esta horrible y multifactorial guerra, los Hermanos Maristas se plantearon la posibilidad de abandonar Alepo. Les hubiera sido fácil huir a Beirut o a Europa ?en la misma España hubieran sido bien recibidos-, pero enseguida se dejaron llevar por el impulso del Espíritu Santo para quedarse junto a la comunidad cristiana. Y así, de una manera "natural", continuaron con sus actividades de catequesis, reuniones de matrimonios y familias, ayuda a los más pobres y actividades juveniles. Muchos de los catequistas, monitores y voluntarios que, antes de la guerra, habían desarrollado toda esa serie de tareas normales en cualquier comunidad cristiana, lograron mantenerlas, a la par que iban cambiando y ampliando los objetivos para atender a niños huérfanos, conseguir alimento y medicinas y, en una palabra, sostener la esperanza de la población, sin distinción de clase social o religión, igualados como estaban todos por la guerra. En una palabra, aceptaron todos el martirio, que no es ponerse debajo de un avión de bombardeo o ante un kalasnikov para alcanzar la categoría de mártires con palma y corona en una hornacina de un retablo neogótico, sino vivir la fe y el estilo de vida cristianos en una situación nueva, no deseada y del todo especial: la guerra. Claro, estos comportamientos llaman la atención, aun sin pretenderlo. El testimonio cristiano no es una cosa que se busca, sino un desarrollo natural. Y en ello están. Y por eso han sido reconocidos?de momento por la Comunidad de Navarra.

Ardo en deseos de volver a abrazar al hermano Georges y poder compartir siquiera un poco de la alegría de la fe de aquella comunidad cristiana. No sé en qué acabará la guerra, pero si la nueva situación política no respeta y potencia a la comunidad cristiana, por pequeña que esta sea, estarán condenados a cronificar el conflicto. El respeto a los cristianos ?y a otros grupos étnicos y religiosos minoritarios- será la prueba del nueve de que se quiere mantener, realmente, la paz. Ojalá (o sea, Alá lo quiera; Dios lo quiera).

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