Ya sé que nuestros políticos miran con lupa en qué invertir el dinero público. Es conocido que sopesan cada euro antes de gastarlo con un celo digno de todo elogio. En numerosas ocasiones, incluso se exceden, dándose el caso de algunos que ponen más interés y cuidado en manejar los caudales públicos, que los suyos propios (a despecho de los enfados de sus respectivos/as cónyuges). Lo sabemos todos, y se lo agradecemos de corazón, porque así nos ahorramos pagar más impuestos de los que son estrictamente necesarios.
Aquí no ocurre como en esas repúblicas bananeras donde el despilfarro de los dineros públicos es la norma. En esos países inauguran caminos y parques infantiles en descampados y zonas deshabitadas por donde no transita nadie, con el objetivo de salir en la prensa. Parques y caminos para supuestos ciclistas y paseantes con docenas de farolas, bancos, plantas, fuentes y papeleras, con el único interés de hacerse una foto en los períodos electorales. Pasado el día de las elecciones abandonan el sinsentido recién inaugurado, entregando: los caminos a la maleza, que los invade poco a poco hasta volverlos cimarrones; las plantas a su libre albedrío, que ya está bien de tijeras podadoras; las farolas a los gamberros, que quiebran cristales y lámparas a pedradas; los bancos a los incívicos, que desenclavan las tablas y se las llevan, dejándolos desdentados y camufladitos (como pidiendo perdón) entre los matorrales; los parques a los fantasmas, que arrancan las losetas de caucho para enlosar no sabría bien decir qué; las cadenas de los columpios a los pseudo-mercedarios, que se las llevan para ponerlas en la fachada de alguna iglesia; los cables a los aprendices de mineros, supongo que para obtener el cobre ya que en esos países no hay minas?, y así sucesivamente hasta conseguir asilvestrar de nuevo el área, que esperará pacientemente en la indigencia la llegada de las próximas elecciones.
Menos mal que aquí eso no pasa. Cuántas gracias tenemos que dar.