OPINIóN
Actualizado 30/09/2016
Juan Robles

La vida de todo hombre es una marcha o peregrinación entre el nacer y el morir. Quizá por eso el hombre de todos los tiempos ha sido proclive a peregrinar. Somos peregrinos en este mundo, y sentimos necesidad de poner en práctica aquello que realmente el hombre siente y desea en profundidad. Quizá la práctica laica de la peregrinación hoy sea precisamente la movilidad del turismo, ya que va continuamente de un lado para otro en busca de nuevas metas.

Pero la peregrinación tiene ahora un sentido predominantemente religioso. Aun cuando el bien conocido Camino de Santiago esté a mitad entre lo secular y lo religioso, ya que lo hacen muchos no creyentes, además de los creyentes y practicantes y de los creyentes menos comprometidos con la seriedad de la religión.

En el plan religioso son ya de larguísima tradición las peregrinaciones a Tierra Santa y a la Roma Pontificia. Peregrinaciones continuas hay hoy a la multitud de santuarios que tienen por titulares a los diversos misterios de Jesucristo o de Santa María Virgen. Sin dejar de lado a la multitud de lugares dedicados a los diversos Santos de la Iglesia.

En los pasados días, 25 voluntarios de la Delegación Diocesana de Misiones han peregrinado a dos lugares destino de esas peregrinaciones: la menos conocida y concurrida a la cuna de Santo Domingo en el corazón más legítimo de la tradicional Castilla, Caleruega, y la más popular meta mariana de la Virgen de Covadonga, en el principado de Asturias.

A este último destino nos llevaba simplemente el invocar la intercesión y ayuda de la Virgen de la cueva asturiana apoyando a las tareas de la Delegación Diocesana de Misiones, que tal suele ser la ya tradicional peregrinación anual en el mes de septiembre para preparar el inicio de las programaciones del mes misionero, y de todo el curso que le seguirá inmediatamente. El año pasado acudíamos a la poderosa intercesión de Santa Teresa en año jubilar del quinto centenario de su nacimiento. En el año anterior, peregrinábamos a Lisieux, cuna de la patrona de las misiones Santa Teresa del Niño Jesús. Fue una de las peregrinaciones más estimadas y aprovechadas.

Pero este año no lo ha sido menos, ya que a la peregrinación a Covadonga, con eucaristía en la misma Santa Cueva de la Santina, se ha unido la peregrinación a algunos santos lugares dominicanos, con motivo de la celebración de los ochocientos años de la fundación por Santo Domingo de la familia religiosa tan reconocida en la Iglesia de los padres dominicos, oficialmente llamada la Orden de Predicadores.

Hemos visitado dos lugares más significados de la vida de Santo Domingo: Caleruega, próxima a los lugares que dieron lugar al nacimiento del Reino de Castilla, separándose de León por obra, entre otros, de Fernán González, y marcados por las actuaciones guerreras, luego poetizadas, del caballero de las conquistas sobre los moros Don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador.

El segundo lugar visitado, que nos causó gran admiración, fue el pueblito de Gumiel de Hizán, donde Santo Domingo pasó ocho años de su vida de infancia con un tío suyo sacerdote, con el cual se preparó para continuar luego los estudios universitarios en el Estudio General de Palencia. Aparte de la casa donde el santo vivió, que se distingue ya solamente por una lápida que recuerda este hecho, sobresale la inmensa y riquísima en arte religioso iglesia de este pueblo con el que ya no parece concordar.

En Caleruega visitamos las primitivas posesiones de los Guzmán y de los Aza, padre y madre de Santo Domingo. Admiramos la extraordinaria situación de la familia de Domingo, cuyos miembros están todos significados por diferentes grados de santidad, especialmente su misma madre, a la que los vecinos de Caleruega califican directamente con el título de Santa, llamándola Santa Juana, aunque aún no esté oficialmente proclamada santa sino solamente beata. Igualmente se destaca su hermano Manel, también religioso dominico en la misma orden fundada por su hermano Domingo. También tuvimos el privilegio de probar el agua santa del pozo de la gruta del nacimiento del santo padre Domingo, y de celebrar la Eucaristía en ese mismo lugar sagrado.

Y, para terminar, no podíamos dejar de visitar el monasterio de Silos, por atención a cuyo titular, Santo Domingo de Silos, la madre de Domingo de Guzmán llamó Domingo a su propio hijo. Allí celebramos una significativa eucaristía con los monjes benedictinos que, como es normal, acompañaron con la tradicional y llamativa hoy música gregoriana.

La peregrinación, como suele ocurrir normalmente, nos ha transformado, nos ha enriquecido y nos ha llenado de moral y fuerza para acometer los trabajos misioneros del próximo curso en nuestra Delegación Diocesana de Misiones. Y eso aparte de lo bien que lo hemos pasado y de la rica convivencia humana y religiosa que ha distinguido a nuestra peregrinación.

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