OPINIóN
Actualizado 28/09/2016
Carlos Aganzo

Hay momentos precisos que son trascendentales para el devenir de los países. La Historia se ocupa de marcarlos. A veces se rotulan tras analizar con cuidado una secuencia de acontecimientos; la controversia acompaña al proceso y en alguna ocasión nunca llega a haber un acuerdo. Otras, sin embargo, quedan señaladas de manera nítida posiblemente por el cariz del suceso: la declaración de una guerra, una convocatoria electoral, la muerte de un dirigente, la proclamación de la independencia, un armisticio. Una vez fijadas en el calendario se convierten en fechas icónicas sobre las que se montan felices mitos fundadores o tienen la fuerza de evocar un trauma. El conocimiento histórico se basa en su memorización cuando no se denuestan por convertirse en meros marcadores burocráticos del evento en un calendario.

Del 26 de septiembre al 2 de octubre se configura un lapso de indudable ventura para Colombia. La firma de los acuerdos de paz que sella un laborioso proceso de negociación en La Habana de cuatro años entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia ante la comunidad internacional como testigo y, en su caso, la ratificación del proceso mediante un plebiscito son los dos hitos que jalonan esta semana. El elaborado documento de 297 páginas se ve así sometido a una población hasta ahora ausente de una negociación llevada por élites. Se precipita el fin de uno de los conflictos más longevos de la contemporaneidad y se sientan las bases para poder iniciar una convivencia satisfactoria sobre la base de la inclusión, el desarrollo y la convivencia en paz.

Frente al desprecio de quienes consideran que el acuerdo se alcanza renunciando a la justicia por parte de un Estado que supuestamente no cumple sus funciones, la voz de una sociedad demasiado tiempo asustada, luego adormecida, y en muchos casos alienada va a suponer el cierre del bucle que configuró la violencia, el despojo de la tierra, el desplazamiento forzado, la ignominia, el sueño de utopías periclitadas, y el miedo. En definitiva, el triunfo de la muerte sobre la vida puede por fin revertirse y dar a la sociedad colombiana una oportunidad histórica para gestionar el pos-conflicto refundando el país, asentando la dignidad y el progreso. Es la semana del protagonismo de millones de seres humanos que han padecido la violencia a lo largo de medio siglo, del recuerdo, del perdón y de la esperanza.

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