OPINIóN
Actualizado 26/09/2016
Higinio Mirón

Uno de mis anhelos -imposible de alcanzar- es que, admitiendo la utopía de la eterna longevidad humana, si hubiera existido, al menos, la facultad de acceder a crónicas imparciales escritas desde la antigüedad, tendríamos la seguridad de que la versión que se enseña -o se difunde- en cada caso es la correcta. Como esto tampoco es posible, asistimos a un continuo bombardeo de la realidad en provecho, siempre, de quien tiene verdadero interés en tergiversarla.

A pesar de que en España no hemos padecido esos sangrientos enfrentamientos que distintas comunidades étnicas han mantenido en algunos países balcánicos, o dentro del mundo musulmán ?entre otros muchos desgraciados ejemplos-, lo que aquí nunca nos ha faltado han sido las disputas entre grupos políticos que se pelean por un interesado reparto de los recursos y las competencias. Todo ello aderezado con el empeño de imponer el uso exclusivo de una lengua en detrimento de la del Estado. Esta aberración llega a primar el dominio del poco extendido idioma local sobre la verdadera capacidad para desempeñar con éxito una profesión. Si a todo ello unimos esa obsesión por el lavado de cerebro de los ciudadanos, comenzando desde los primeros albores de la enseñanza, presentándoles como reales unas burdas falsificaciones de la historia, y hasta de la geografía, nos estaremos haciendo una composición bastante real de lo que sucede a diario. En unos momentos en que el mundo civilizado opta claramente por la unión de las naciones, creando organismos supranacionales capaces de aglutinar programas de utilidad común, los rancios nacionalismos pretenden socavar esos principios, a base de propalar falsedades que no se sostienen.

La lista de patrañas abarca todos los campos, pero hay que partir de una base y, casi siempre, se debe comenzar reinventando la historia. Para que haya un motivo que pueda calar en el pueblo, conviene ofrecer una ofensa previa que justifique la aversión hacia el Estado opresor. Unas veces se alegará la condición de nación para un territorio que nunca tuvo tal consideración; en otras ocasiones se falseará la historia convirtiendo en guerra de secesión lo que fue una guerra de sucesión. Es igual, a quien no quiere admitir hechos consumados, es inútil tratar de explicárselos. Sencillamente, conocen la verdad pero no la admiten, porque no les interesa. Es mejor insistir en la impostura y "actualizar" el tema con eso que "vende" mucho: España nos roba.

Como la fórmula da resultado y la información es hoy más amplia y más rápida que nunca, hay que aprovecharla de la mejor manera posible. De esta forma, los encargados de crear opinión en todos los campos ? político, educacional o periodístico-, echan mano del bulo, la noticia sin contrastar o, simplemente, la mentira consciente, y se dedican a extenderla por doquier, recordando los mejores métodos estalinistas para hacer verdad el principio: calumnia, que algo queda.

Si no fuera un tema tan serio, daría risa leer en un libro de EGB que el rio Ebro nace en un país extranjero, o que parte del pueblo vasco tiene como profeta a un iluminado, falto de equilibrio mental, que predicaba su separación de España por ser una nación inferior que les contagia y separa de su cometido de ser pueblo elegido por Dios. Como a un adulto es muy difícil hacerle "comulgar" con estos panes, hay que comenzar desde la infancia y, eso sí, "dejar caer" en periódicos o emisoras mentiras aparentemente piadosas, porque siempre hay incautos para los que son dogma de fe.

En las noches de insomnio, me gusta escuchar la radio y, no hace mucho tiempo, en una emisora estatal, escuché una especie de aula de historia en la que se comentaba la llegada a Barcelona, en 1954, del barco Semíramis, con 286 españoles a bordo, entre voluntarios de la División Azul, "niños de la guerra", marinos mercantes y pilotos de la República que realizaban cursos en Rusia al comienzo de la guerra civil. De forma un tanto torticera, el "profesor" trataba de convencernos de que los prisioneros llegaron a España poco menos que en contra del deseo del Gobierno. Para él, no se había realizado ninguna gestión, todo el mérito era de la Cruz Roja y, en el colmo del cinismo, comentaba que su llegada a España se había querido que pasara desapercibida.

Aún recuerdo perfectamente aquella escena. En lo que hoy es la Avenida de los Reyes de España, una verdadera aglomeración de salmantinos ?allí estaba yo con todo mi colegio- se agolpaba en las aceras vitoreando a los prisioneros paisanos que, entre aplausos y lágrimas, eran aclamados por todos los presentes. Uno ya es mayor y, además de aquella escena que nunca olvidaré, tiene medios para informarse de todo el proceso de repatriación. Quienes escucharon el programa con menos edad que yo, y no se preocupen de saber la verdad, sacarán conclusiones equivocadas, que es lo que algunos buscan.

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