Existe una realidad innegable en la vida de todos: poder elegir. Y de hecho constantemente lo hacemos, incluso cuando creemos que no lo estamos haciendo, justo entonces, estamos optando por no elegir. Y esto, es ya una elección con consecuencias. En este sentido tenemos en la mano poder elegir entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, entre amar y odiar. Y ahí, el no optar o querer mantener una postura neutra, se convierte a menudo en pasividad consentidora que otros aprovechan para llevarse el gato al agua, como sucede en política con las abstenciones de voto.
Con sólo mirar en derredor, podemos ver esta divergencia en cualquiera de las situaciones que componen nuestra vida social: niños muy mimados, sobreprotegidos, hartos y saciados de juguetes, de oportunidades y de todo lo que puede ofrecer una sociedad opulenta, y en contraposición, niños a los que les falta todo. Mujeres que buscan por todos los medios la maternidad, y mujeres que abortan por cualquier razón. Ancianos atendidos en centros bien dotados, y ancianos olvidados y marginados. Así están las cosas. Y envolviéndolo, toda una cultura de violencia entre adolescentes, empresas, ocio etc. y realidades de muerte a través de tantos puntos de foco afectados por la guerra. Diferencias fomentadas por la opción de vida de cada persona individual que finalmente conforman grandes masas sociales.
Ante esta realidad de muerte, de odios y resentimientos, el cristiano tiene que optar por sembrar la misericordia y aliviar y suprimir cualquier división y sufrimiento. Porque todo lo que duele a los demás tendría que doler al que es sensible. Recuerdo aquel poema de Roland Holst que confesaba: "A veces me es imposible conciliar el sueño por las noches, pensando en los sufrimientos de los hombres". Quizás debamos saber que la compasión es un sentimiento que hay que cultivar porque de ella nace la misericordia. Y sin ella nuestra vida está abocada a la muerte.
Las obras de misericordia brotan de la fe y del amor; y una fe sin obras no sirve para nada. "Cree de verdad y practica con la vida la verdad en que cree" (san Gregorio Magno). La fe, la esperanza y el amor no son realidades independientes, forman una unidad: un todo. Obras quiere el Señor, decía santa Teresa. Misericordia quiere el Señor y no sacrificios. Es bueno saber y poder elegir lo que nos da vida y puede dar vida a los demás.