"Estoy sólo y no hay nadie en el espejo". Frase atribuida a J.L.Borges.
Un ser humano es un ser social por naturaleza, desde su nacimiento hasta su muerte, ya que para vivir precisa de los demás. En esos momentos donde se sabe frágil y vulnerable necesita solidaridad y comunicación con los otros, no solo para sobrevivir, sino también para evolucionar culturalmente hacia la realización personal, es decir descubrir el individuo que realmente es.
La soledad en los mayores es una realidad que viene favorecida por diferentes factores o causas. Sin duda, la primera causa es el hecho de la retirada del ámbito laboral, del que uno se nutre manteniendo numerosas relaciones sociales. El fin de la vida laboral que constituye también el origen de las principales relaciones sociales, supone un sentimiento de desvalorización y de dependencia. La experiencia de autonomía e interdependencia vivida con relación al trabajo y a sus frutos da paso a una experiencia de dependencia que no es un estado desvalorizado, sino una función que varía a lo largo de la vida y da lugar a reajustes en la vida de cada individuo. La vejez es uno de esos momentos vulnerables para sentir la soledad, porque carece de situaciones facilitadoras que hubo en otros momentos de la existencia.
La carta que Soledad remite a un semanario español y que en cursiva les hago llegar a todos los lectores de salamancartvladia.es, no va dejar a nadie indiferente; el culto que hoy se rinde a la juventud, ocultando a los mayores, eliminando de la vida el sentido de la muerte, nos lleva a situaciones desesperadas, depresiones, suicidios, enfermedades somáticas, lean con atención. Ojalá Soledad a partir de hoy se sienta menos sola, estoy con usted abuela amiga
Isaura Díaz de Figueiredo
Esta carta representa el balance de mi vida. Tengo 82 años, 4 hijos, 11 nietos, 2 bisnietos y una habitación de 12 m2. Ya no tengo mi casa ni mis cosas queridas, pero sí quien me arregla la habitación, me hace la comida y la cama, me toma la tensión y me pesa. Ya no tengo las risas de mis nietos, el verlos crecer, abrazarse y pelearse; algunos vienen a verme cada 15 días; otros, cada tres o cuatro meses; otros, nunca. Ya no hago croquetas ni huevos rellenos ni rulos de carne picada ni punto ni crochet. Aún tengo pasatiempos para hacer y sudokus que entretienen algo. No sé cuánto me quedará, pero debo acostumbrarme a esta soledad; voy a terapia ocupacional y ayudo en lo que puedo a quienes están peor que yo, aunque no quiero intimar demasiado. desaparecen con frecuencia. Dicen que la vida se alarga cada vez más. ¿Para qué? Cuando estoy sola, puedo mirar las fotos de mi familia y algunos recuerdos de casa que me he traído. Y eso es todo. Espero que las próximas generaciones vean que la familia se forma para tener un mañana (con los hijos) y pagar a nuestros padres por el tiempo que nos regalaron al criarnos.
Pilar Fernández Sánchez. Granada»