Paticipantes en el encuentro poético


OPINIóN
Actualizado 21/09/2016
Luis Gutiérrez Barrio

Entre el espeso aire de la vieja librería, con aromas de versos y literatura, los poetas, rodeados de libros, leían sus poemas. Un silencio sepulcral llenaba la pequeña estancia. Los asistentes, escuchaban con veneración las palabras que manaban de las bocas de los poetas. Sentados en sencillas sillas, permanecían inmóviles, extasiados, como si estuvieran asistiendo a un rito mágico que los enhechizara, imposibilitándoles hacer el más mínimo movimiento. Todo su ser, cuerpo y espíritu, estaba sometido a la magia que nacía de aquellas palabras.

Los poetas se sucedían en sus lecturas, como sacerdotes oficiando un mágico ritual.

A través del amplio cristal del escaparate, frontera entre lo mágico y lo mundano, se veía a la gente que pasaba de un lado a otro, con prisa por llegar a alguna parte, que a su vez, tendría que abandonar con prisas renovadas. De vez en cuando, un niño, preso de su inocente curiosidad, pegaba su achatada cara al cristal, tratando de ver lo que allí pasaba. Enseguida sus padres, mataban su infantil indagación, arrancándoles del cristal. No podían perder el tiempo contemplando misticismos absurdos, o tal vez, tuvieran miedo de que su mente de niño, traspasara aquella frontera y quedara atrapado para siempre en el fascinante mundo de los sentimientos.

Cuando alguien entraba en la librería, enseguida se daba cuenta de que algo mágico flotaba en el aire y se apoderaba de ellos. Bajaban la voz, se movían con cuidado de no hacer ruido, no querían molestar. Al salir, cerraban la puerta con sumo cuidado, como se cierra la puerta de la habitación en la que duerme un niño.

Cuando los poetas concluyeron sus lecturas, abandonaron el local y se sumergieron en el mundo real. No tardaron mucho en confundirse con los demás viandantes.

El local quedó a oscuras, el silencio se apoderó de él, en los anaqueles reposaban los libros y en el aire revoloteaban los versos buscando una salida. Una y otra vez, como polillas ante la incandescente luz, se chocaban con el cristal del escaparate, inútil esfuerzo por salir al exterior, aquel era su mundo, un mundo oscuro, con aromas de versos y literatura, del que nunca podrían salir.

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