OPINIóN
Actualizado 16/09/2016
Eugenio Sánchez Redondo

Estar en Río de Janeiro, en Maracaná, en los Juegos Paralímpicos da para narrar venturas y desventuras.

Pido perdón si alguna expresión no es correcta, pero en este momento pienso medio en Portugués.
Hace veinticuatro horas estaba sentado en un fondo del estadio, con parte de la familia Minera de acogida, entre personas y culturas que representan a gran parte de este mundo.
Expectante, ilusionado, afortunado por ser único entre las 70.000 almas de un escenario vivo. Me encantó la pasión de Nuzman en su alocución, la presencia de personas voluntarias con discapacidad entre los más de 500 voluntarios, la rueda que impulsa el pensamiento, el agua que une puentes, la luz entre la penumbra, Març
ia puso en pie el estadio, yo estaba allí, sentí un huracán de energía, la escalera es una rampa, buena metáfora... Pero algo más nos cautivó, cómplice de Ana Clara, una pequeña, sin pronunciar palabra nos conquistó, llegada desde Argentina, desde La Plata, con padres y hermano con dos años estrenados entre fuegos artificiales.
La belleza de la fragilidad, la dulzura de la inocencia, la virtud de la autenticidad.
Y pensé, esto son los juegos paralimpicos!
Para toda la familia Aviva, en Juiz de Fora y Salamanca, en especial a las crianças, jóvenes, familias y voluntarios por estar y ser cada día personas extraordinarias.
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