OPINIóN
Actualizado 14/09/2016
Manuel Alcántara

Cuando hace un cuarto de siglo empezó a dibujarse el concepto de Comunidad Iberoamericana de Naciones uno de los referentes que rondó en los cenáculos impulsores de tal proyecto fue el de la Commonwealth. Sin embargo, muy pronto se tuvo conciencia de que ese modelo definía un tipo de relaciones basadas en elementos muy distintos. Los procesos coloniales así como los de descolonización y las relaciones económicas desarrolladas imponían tal grado de diferenciación que hacía improcedente cualquier comparación. Tres semanas en Australia me permiten tomar el pulso a una realidad que me resultaba totalmente desconocida y que me ayuda a comprender la especial deriva que está teniendo la ahora central región del Pacífico, situación que viene acentuándose desde principios de siglo. Los flujos migratorios y el empuje de la economía China tienen mucho que ver en el estado de las cosas.

Si bien en los billetes australianos figura la imagen de la reina de Inglaterra y aunque una estatua de la reina Victoria ocupa una esquina céntrica de Sidney sin que ello levante ampollas por el papel que su gobierno desempeñó en el genocidio de los aborígenes, la realidad demográfica y económica parece seguir por otros derroteros. No obstante el origen de Australia tiene que ver con asentamientos de convictos ingleses la emigración estuvo durante mucho tiempo controlada restringiéndose a población procedente de las islas británicas para después de la II Guerra Mundial abrirse a otros estados europeos. Tras el final de la Guerra de Vietnam el país abrió sus puertas a cerca de trescientos mil refugiados y progresivamente a otras poblaciones asiáticas, siendo los procedentes de China el principal contingente. Aun así, Australia, cuya extensión es mayor a la de Europa, tiene apenas veinticinco millones de habitantes.

Sin embargo, la evolución de la economía ha introducido elementos que hacen que su dependencia de China sea una realidad difícilmente reversible. En efecto, la gran demanda de minerales de este país, sus inversiones fundamentalmente en el sector inmobiliario y la presencia masiva de estudiantes chinos (un tercio de los matriculados en los grados universitarios y hasta el 80% en los posgrados) se han convertido en los tres principales rubros de la economía australiana. Si hoy la radio pública de Sidney se jacta de que emite regularmente en setenta y dos lenguas diferentes, el avance chino va a contribuir al cambio de fisonomía del país en muy poco tiempo.

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