Todo pasa: la ilusión de la juventud, las ausencias y pesares de la vejez; los temores a la soledad, y la lucha por alcanzar nuevas metas; incluso los accidentes de la condición de vivir, en muy poco tiempo, nadie los recordará.
Nos abandonará la hermosura y la fortaleza física. También nuestros afanes quedarán neutralizados. Los gozos y las sombras marcan nuestro destino, en un movimiento circular entre una generación que va y otra que viene. Pero nadie advierte a los que llegan, sobre la necesidad de cambiar las cosas. Tampoco regresa nadie del más allá, para decir qué nos espera cuando esta realidad termine.
Así discurre nuestra vida. Entretenidos con las cosas, nos enzarzamos en peleas sin sentido por nuestras pertenencias. Esto es mío, y aquello también me pertenece. Además, legalmente me corresponde lo de más allá. Egoísmo, puro egoísmo, sin reparar que algo más importante se nos escapa. Hablo de la vida que no vivimos, y de la felicidad que no alcanzamos, quizá porque no la merecemos.
De tarde en tarde pensamos; pero no nos damos cuenta de la futilidad de nuestras conclusiones. La política, con su enorme desarreglo y confusión; el futbol, con todo su ruido; el trabajo con su incertidumbre, son motivos suficientes para absorber toda nuestra atención. Mientras tanto, el tiempo se escapa. Pues, ni siquiera nos pertenecen los momentos que llamamos nuestros, ¿acaso no los malgastamos discutiendo sobre la forma de las cosas?
Cierto que todo pasará, como ráfaga de viento sobre las crestas de las montañas. Y, nosotros, pasaremos como una cosa más. En el mejor de los casos, solo una generación nos recordará. En poco tiempo, nuevos actores cruzarán el umbral de la vida, para hacer otro tanto. Llegarán, como náufragos desde el útero materno, para hacerse cargo de las cosas que dejamos.
Pero la vida es mucho más y, aunque todo pasará, hay algo que permanece: la convicción de agotar etapas para alcanzar otras metas alejadas de esta mísera realidad. Quienes alimentan esta esperanza, intuyen que, en el medio donde discurre la vida, no puede desarrollarse la razón. Otro ámbito, menos contaminado, es necesario para que caigan las barreras de nuestro entendimiento.
Muchas veces, cuando son los débiles los que perecen, pensamos que la vida es más hostil con ellos. Quizá estemos equivocados; es posible que esto tenga que pasar, para que otra realidad nos acoja con mayor justicia y libertad. Todo es posible, cuando nada podemos probar.