Los grandes príncipes imitan el pasado, porque en algún lugar del pasado moraban los titanes. Y los pequeños príncipes imitan a los grandes. Y la plebe imita a los pequeños príncipes? ¡Sólo tienen imaginación los mendigos! ¡Sólo ellos levantan las manos al cielo y rozan suavemente con las yemas la cara de Dios!
Y si el hombre no sabe a ciencia cierta de su pasado, si lo ha corrompido engañándose, ¿cómo aprenderá de sus lecciones?, ¿cómo razonará su presente?, ¿cómo aventurará su futuro? Es incapaz. Todo en él será sorpresa, incómodo asombro, y más beber sangre con que sanar la sorpresa. Lo imprevisto será inevitable, sí, pero seguirá perdido en el Tiempo y en el Espacio. Ése es el cómico y trágico equilibrio del mundo. Días con sus noches. Hombres con sus vampiros. Lo imprevisto, inevitable.
Ésa es la ley.
Y la llaman "Ley del Vampiro". Convencidos, como les ocurrió a tanto muchas veces, de que esa idea no existía antes de que ellos la pensaran, de que estaban viviendo un momento único, irrepetible.
Francisco Casavella
Saturado por estos días de palabras oficiales y oficiosas, empachado de soflamas y alegatos, de entornos preposicionales sobre y alrededor de pactos, alianzas y arreglos, les pido que me disculpen si hoy me/les cuento sin ambages a través de otros. Y, con su permiso, me voy de la mano (les invito a acompañarme) de Francisco Casavella; quiero decirles con ello que hoy también libro.
Escribe el autor sobre la prepotencia y su dominio >
"[?] las formas de poder no son viejas, las de sus críticos, sí. Las formas de poder se renuevan, brillan de modernidad y son más efectivas que cualquiera de sus refutaciones. Vivimos en una escenografía continua donde las verdades y la posibilidad de libertad se han visto reemplazadas por sombras. Toda expresión que utilice los canales del espectáculo se vuelve espectáculo, se deshace de contenido, se convierte en los otros. Por vez primera, los mismos, los otros, han sido amos de todo lo que se hace y de todo lo que se dice al respecto. Así, pasamos los días hablando, viendo y sintiendo lo que no importa, nuestro espíritu se alimenta de la supuración de lo que no importa. Sacralizar lo desechable es el rostro de la tiranía. Acatar lo banal es el signo de la nueva servidumbre. Vivimos en la alta edad media de la era de la televisión. Consumo, fugacidad y letargo."
De cómo poder enfrentarlas con la ficción >
" Ahora creo que la utilidad de la novela, del contar historias (porque la novela puede resultar 'útil' en casi todos los sentidos menos en el que se le suele dar) es, sobre todo, reavivar palabras cansadas: memoria, justicia, corrupción, ilusión, derrota. Cuando uno cuenta una historia y sabe hacerlo, necesita volver a delimitar fronteras, levantar planos y volver a nombrar, sobre todo, nombrar para que una ficción nueva, más vigorosa, compita con esa otra ficción laxa y llena de espinas que desde siempre el poder y la desidia hacen pasar por verdad, la novela contra la estafa. Ésa sea quizá la causa de que muchos 'contadores de historias' inventen lugares que el lector o el oyente pueda identificar con el lugar 'verdadero', la zona de la estafa. Y por la misma razón, otros 'contadores de historias' ni se molestan en hacerlo, porque tampoco desean que mueran de asco las palabras que nombran los territorios de su señorío narrativo."
Sin olvidar la sacudida que pone ante nosotros lo aparentemente contradictorio >
"[?] porque hoy en día nadie cree en la utilidad de la paradoja, anegados todos por la invasión del simulacro, por la excelente reputación de una emboscada farsa, por la fascinación de miradas atónitas ante rabos que menean perros con la indiferente complicidad de los centinelas de lo real.
Podríamos afirmar que una paradoja es la brillante forma de la inquietud, la expresión de una dificultad insuperable para el pensamiento racional.
Paradoja es también el esfuerzo del individuo por captar la verdadera esencia de las cosas, su misterio, y la duda continua ante la formación poliédrica de esas mismas cosas, representadas en su memoria por el sentido múltiple y variable de un tiempo pasado que se pensaba como propio. El novelista es un cazador de paradojas."
Aventuro que quizá nos convenga seguir leyendo, porque como bien apunta Casavella continuamos buscando en [nuestros] autores preferidos el refugio del mito o quizá consuelo, o una identidad, o un combate intelecto a intelecto, o emoción a emoción.
NOTAS
Francisco García Hortelano, que firmaba sus obras como Francisco Casavella para no ser confundido con el autor de Gramática Parda, es conocido sobre todo por su novela El día del Watusi. Los textos que aquí se citan pertenecen a Elevación, elegancia y entusiasmo, una brillante recopilación de escritos de diferente pelaje: artículos, crítica literaria, crónicas varias, que dan la medida de un autor de fuste.
Las citas que abren este artículo pertenecen a su novela Lo que sé de los vampiros que, debo avisarles, si se exponen a leerla comprobarán, contradiciendo la función habitual de los personajes que se nombran en el título, la anormal irrigación de sus cerebros.
Imágenes: Detalle de la portada de la novela Lo que sé de los vampiros (obra de Henry Reaburn) y fotografía del autor.