Tengo, ante mis ojos, tres fotos, tres épocas distintas, que las separan unos cuantos años, ¡lo que cambian las costumbres y los hábitos con los años, y en tan cortos años!
En la segunda, las mozas se muestran más liberales: su pelo suelto, al albur del aire; sus vestidos floreados, manga corta; una miaja seductoras: las sin novio; nada en la mano; una ya, a punto de ponerse pantalones; su sonrisa abierta, sin recato, con desafío, con un poco de descaro. Ya empieza a vérselas por los bares, se atreven a fumar un cigarrillo en las bodas, los encuentros con los chicos son frecuentes y se trasnocha hasta las primeras horas de la mañana. El ambiente se va relajando poco a poco, pero con moderación.
En la tercera, el cambio es brutal: De vestidos, nada, pantalones cortos, hasta más allá del medio muslo; alguna, con pantalón largo abierto por la rodilla, roto ¡qué vergüenza antaño! Blusas transparentes, que enseñan el color de los interiores; calzados sofisticados; sus largas melenas, sombreadas por unos sombreros mejicanos; y todas, todas, portan en sus manos un vaso largo, medio lleno de un licor oscuro, o una botella de plástico, que enseña, en sus bajos, los restos de una bebida nocturna; cantan a gritos y dicen palabras que antes se llamaban palabrotas de hombre; y sueltan carcajadas, risas sonoras; no miran a los lados, pues están en su mundo, en su paraíso, donde no cabemos los demás. Ellas son felices. ¡Juventud divino tesoro!
Y recojo las tres fotos, las tres épocas, y las guardo en un sobre, y escribo en su portada su destino: la "historia", para que nuestros venideros conozcan su evolución, y aprendan a entender cómo se hace camino al andar.