OPINIóN
Actualizado 05/09/2016
Redacción

Aún tengo muy fresco en la memoria el recuerdo de aquella plática piadosa que escuché en mi colegio con ocasión de unos ejercicios espirituales. Siguiendo a su manera el esquema ignaciano, el sacerdote trataba de explicarnos lo que significa el infierno y, dentro de él, lo que supone el concepto de la eternidad. Para hacerlo de la forma más gráfica posible buscó un ejemplo bastante convincente. Tengo que reconocer que, con nuestra corta edad, era más bien una metáfora atemorizante. Suponeos ?nos decía- una esfera de acero, maciza, del tamaño de la Tierra, y una hormiga que se dedicara a dar vueltas a su alrededor. Cuando, a fuerza de repetir el camino, la hormiga fuera desgastando paulatinamente la dura superficie de la bola hasta conseguir partirla en dos mitades, en ese momento?.. estaría comenzando la eternidad. Se puede ser creyente o no creyente pero con mis pocos años de entonces puedo asegurar que la impresión se me grabó a fuego.

Cuando acabó el viernes la segunda oportunidad de elegir a Rajoy como presidente, me acordé de la puñetera hormiga. Me veo dando paseos desde mi casa a una urna hasta que con mi voto consiga romper esas gruesas cadenas que están cerrando el paso a la ambición de algún aspirante. Señores, acabamos de empezar esa eternidad y ahora sólo nos falta saber dónde está el final y, cuando éste llegue, cómo estaremos nosotros. De momento, ya hay una cosa segura: la gente está muy cansada.

Si admitimos ser ciudadanos de una democracia parlamentaria en cuyas cámaras toman asiento miembros de partidos democráticos, tanto el resultado de cualquiera de las elecciones como las votaciones que ejerzan los parlamentarios desde su escaño, deberán ser siempre asumidos por representar la voluntad del pueblo, donde, según nuestra Constitución, reside la verdadera soberanía. Hasta aquí, la biblia de la democracia.

Ahora bien, si no queremos que la hormiga siga limando el acero de algunas cabezas pensantes hasta que florezca alguna buena idea, habrá que decir a los señores que hemos sentado en el Parlamento que no es eso lo que esperábamos de ellos; que, mientras tienen asegurado su porvenir, hay muchos otros paisanos que lo tienen mucho más negro; que se están cansando de dar vueltas alrededor de la urna porque saben que ustedes no se van a dar por aludidos.

Lo que dicen desde el atril del Parlamento ya nos lo sabemos de memoria. No sólo lo conocemos sino que estamos convencidos de cuál será el resultado de las nuevas elecciones, si no se muera antes la hormiga. Están esforzándose en demostrarnos que España les importa un pito, porque, si así no fuera, ya habrían alcanzado algún acuerdo para salir de este atolladero. Pero claro, cuando alguien da un paso para desenmarañar el nudo, siempre sale el tonto de la linde que sigue andando aunque ésta se acabe. Así no hay manera. Si siguen con esa conducta, no merece ninguno de ustedes la consideración de aspirante a presidir algo. Dejen aparcado su ego y acuérdense más de los ciudadanos y de esta España que, después de oír los exabruptos de algún descerebrado, está atravesando un momento muy delicado.

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