OPINIóN
Actualizado 01/09/2016
José Javier Rodríguez Santos

La creatividad no es sólo el proceso por el cual se generan ideas brillantes, implica mucho más? ¿Qué puede hacer la escuela para fortalecerla?

El profesor Rufino Blanco (1861-1936) afirmó en una de sus obras que "la voluntad es la gran fuerza motriz del mundo. Detrás de toda obra admirable hay siempre una voluntad enérgica." No es menos cierto que, unido al tesón y al esfuerzo, se ha de contar una fuente de inspiración y de motivación hacia el cual dirigir todo afán.

Mucho se habla en el ámbito pedagógico sobre la creatividad. La investigación demuestra que sin pasión, sin emoción, no se puede aprender. Pero, justamente es esto es lo que le sobra a la persona creativa.

Todos tenemos muchos "insights", ideas, intuiciones, o "experiencias cumbre", pero esto no es suficiente para que seamos considerados ciudadanos creativos. Hace falta, como diría Roggers, la pasión del científico, el trabajo minucioso y sistemático, el producir intencionadamente con un procedimiento estudiado y contrastado?

Existe, pues, una creatividad primaria, aquella que inspira e infunde ideas, proyectos o soluciones innovadoras. Pero se precisa, además, el concurso de la creatividad secundaria, aquella que incide en la voluntad y la constancia para culminar con éxito una idea brillante, un proyecto o un proceso de aprendizaje.

Muchas veces, en nuestras aulas, sólo se tiene en cuenta el resultado del proceso a la hora de evaluar a los alumnos y dejamos al margen la evolución continua de sistematización del aprendizaje, el estudio constante y perseverante del día a día. Valoramos con gran satisfacción la resolución exitosa de una prueba de conocimiento, pero olvidamos valorar en su justa medida la clave del triunfo del estudiante creativo: el proceso del aprendizaje de la materia a asimilar.

Imagen de pixabay.com

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