OPINIóN
Actualizado 27/08/2016
José Ángel Torres Rechy

Una persona cercana a mí es un crack de la geometría. Su ojo clínico penetra hasta el tuétano de la realidad y la interpreta en clave de relaciones entre puntos y líneas. Donde uno no ve más que un cenicero de vidrio, él repara en la distribución de las hendiduras para colocar los cigarrillos encendidos y nos hace ver a todos una figura. Mira un espacio simbólico en el que, de otro lado, a veces la realidad sobra. Su interpretación abstracta de los fenómenos no reside del todo en el territorio de la materia.

No obstante, qué sería la realidad sin la geometría. Si no existiera el rectángulo, cómo podría verse a un niño andar con las rodillas y las manos por el suelo; si no existiera la línea perpendicular, cómo levantaría otro niño su tronco hacia lo alto; si no existiera el triángulo, cómo trazarían una figura de tres esquinas estos dos niños con su padre. O si no existiera la esfera, cómo andaría por su órbita el planeta en donde vivimos. Ni una redonda O mayúscula existiría sin el óvalo. Sin embargo, habría cosas buenas. El incontenible y muchas veces inmisericorde paso del tiempo no se reflejaría en la curvatura convexa de nuestro abdomen; ni en la otra curvatura en todo lo alto de la cabeza, que aparece poco a poco en quienes comenzamos a perder el cabello. Las personas enfermas no tendrían que permanecer en una insoportable y dolorosa línea horizontal en la cama. Si se nos cayera algo de las manos, no tendríamos que recorrer una serie de figuras hasta alcanzar el cenicero que se ha roto (recórcholis).

Yo estoy convencido de que la geometría resulta necesaria para que exista la vida, y estoy agradecido con mi amigo por hacerme caer en la cuenta de su ser en el mundo, con su lectura y difusión de ella. De otro lado, si quizá no fuera una mala forma de terminar, diría que me ronda por la cabeza la idea de decir que pienso en el Polígono... Montalvo.

A manera de estrambote, añadiré que otra figura que me llama la atención (porque la estoy viendo con estos ojos con que veo estas letras) es la del plano inclinado, cuando lo forma la extensión del brazo que va del codo al puño, con un remate de dedo pulgar jugando con la mejilla, que a veces nos llevamos a la boca, y que otras veces es la misma mano que le extendemos al inocente amigo que se acerca con una sonrisa.

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