OPINIóN
Actualizado 25/08/2016
José Javier Rodríguez Santos

Siempre me ha impresionado el ejemplo que leí hace tiempo, no recuerdo en qué lugar, de Celestin Freinet, maestro francés que sufrió en su cuerpo las consecuencias nefastas de la primera guerra mundial.

Siempre me ha impresionado el ejemplo que leí hace tiempo, no recuerdo en qué lugar, de Celestin Freinet, maestro francés que sufrió en su cuerpo las consecuencias nefastas de la primera guerra mundial. Antes de terminar la contienda y, al no poder seguir en el frente, le enviaron de maestro a un pueblo perdido en alguna montaña de los Alpes franceses.

Enfermo, no podía hablar muy alto, atendía a un montón de escolares de todas las edades en un aula unitaria. No se sentía con fuerzas. Paseando por las calles de la aldea encontró una vieja imprenta abandonada. La limpió y la situó en el centro de su clase. Los chicos se sorprendieron al verla. A partir de hoy ─les dijo─ publicaremos todo lo que hagamos en clase.

Así, cada viernes sus alumnos, guiados por el maestro, recorrían las calles del pueblo con su periódico escolar y enseñaban a leer a los vecinos que no tenían ningún tipo de instrucción.

Maestro es aquel que deja huella en sus alumnos, aquel que repite incansablemente, una y otra vez, la lección generación tras generación, aquel que innova, que busca estrategias, didácticas, alternativas para poder contagiar de su pasión a todos y cada uno de los escolares que tiene a su cargo.

El maestro conoce los deseos y circunstancias de cada familia, las respeta y las escucha y detecta sus necesidades. Sabe, o al menos intenta, acompañar a cada familia y a sus hijos en el largo proceso educativo.

El maestro, como dice José Antonio Marina, es sembrador de esperanza. Transmite ilusión por vivir cada momento de forma especial, con mucho realismo, pero dejándose tocar, asombrar, por los hechos y las personas que le rodean.

Ojalá que todos aquellos que hemos sido llamados a esta tarea social fundamental para el progreso comunitario seamos conscientes de nuestra responsabilidad ante la sociedad, ante nuestros alumnos y familias y, sobre todo, ante nosotros mismos. No traicionemos nunca nuestra conciencia docente al servicio del hombre. Nuestra tarea es bella y difícil a la vez: acompañar, estimular, aconsejar, dar ejemplo, facilitar el aprendizaje de aquellas habilidades, conocimientos y destrezas que el hombre y la mujer necesitan para crecer y desarrollarse como personas íntegras al servicio del bien común.

En este inicio de curso escolar quiero transmitir mi esperanza en el futuro del sistema educativo cuya fuerza no es la legalidad cambiante o el Parlamento de la nación. El tesoro de nuestro sistema educativo está en el cuerpo de maestros que día a día se dejan lo mejor de sus vidas por hacer realidad un sueño y un deseo: ayudar a las familias en aquello que más anhelan, la educación integral de cada uno de sus hijos.

Fotografía y referencias en Movimiento de Renovación Pedagógica

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