"Me atrevería a afirmar que, cuanta más capacidad posee una religión para dar cabida en su seno a los logros de la filosofía, menos permeable será a la tentación fundamentalista". Manuel Fraijó
Hemos comentado en otra entrada de este blog, el retorno de lo religioso en nuestra sociedad nihilista y postmoderna, y que no parece haber razones filosóficas fuertes para rechazarlo. Estamos viviendo una época de fenómenos espirituales difusos, variados y eclécticos en una renovada necesidad del hombre de lo absoluto. Pero en ese retorno de lo sagrado se está constando un aumento creciente del fundamentalismo y tradicionalismo religioso, no sólo en el ámbito islámico, también en el cristiano. Esos fenómenos fundamentalistas, de personas o grupos sociales, están fuertemente politizados y se manifiestan con una fuerte xenofobia, homofobia, racismo, discriminación, etc.
En estos momentos de fuerte crisis económica, social, moral y búsqueda de identidad en un mundo cada vez más globalizado, hay un aumento de la incertidumbre y de la ansiedad existencial en nuestras sociedades líquidas. Ante esta situación se busca seguridades y certezas que lo puede proporcionar un ideario religioso de corte fundamentalista. Esta religiosidad fundamentalista, traiciona su dimensión universal y se da vía libre a los particularismos, como una reacción a esa realidad globalizada en la que estamos inmersos. Con ellos surgen, los fanatismos, las pretensiones de poseer la verdad absoluta, la creencia del carácter excepcional de su propia historia, etnia, que lleva al rechazo y a la exclusión de las minorías. Terry Eagleton, comenta que el fundamentalismo no tiene sus raíces en el odio, sino en el miedo. Miedo al mundo moderno cambiante y en movimiento, con un final no definido, donde las certezas y los pilares sólidos parecen haberse difuminado en el fin de los grandes relatos que daban certezas a la modernidad.
Creo que no será necesario recordar que el fundamentalismo no es patrimonio exclusivo de la religión, ahí está el fundamentalismo de mercado, nacionalista, étnico, pasando por la intolerancia ideológica y política de distinto signo como desgraciadamente comprobamos en nuestra amada Europa. El fundamentalismo, del signo que sea, representa un rechazo a la cultura moderna, sus valores y su pluralidad. Estos movimientos neotradicionalistas poseen un carácter reactivo frente al clima relativizador, los diferentes estilos de vida y cosmovisiones que son propias de nuestro tiempo. Lo peor del fundamentalismo es la seguridad que confiere a estos grupos, no dejando margen para la crítica, la duda, la pregunta. Para el fundamentalista hay una separación entre el pensar y el creer, por lo tanto el que piensa es automáticamente ateo. En el fundamentalismo se olvida la historia y se condena el momento presente.
La experiencia religiosa se forja con símbolos, ritos, mitos, poemas, leyendas, epopeyas, es un mundo misterioso, tremendo, fascinante, en un escenario tan resbaladizo, no se puede ser fundamentalista. Dios esa realidad misteriosa que por mucho que se le quiera iluminar, nunca la razón lo podrá abarcar en su totalidad. El Dios cristiano, es el Dios del amor. La fe no sólo debe ser pensada, también vivida, desde el amor y la misericordia. El núcleo del Evangelio, ya hemos comentado, está en amarás a Dios y al prójimo como a ti mismo. El discurso sobre Dios, sólo puede universalizarse a través de la pregunta por el sufrimiento, a través de la memoria passionis, la rememoración del sufrimiento de los otros, incluso el sufrimiento de los enemigos. De esto se deduce que se debe amar la diferencia, no sólo para tolerarla, sino para incluirla y reconocerla.
Todo esto pone de manifiesto la necesidad de crear nuevas formas de organizar las relaciones entre los seres humanos, tanto individual como colectivamente, en clave más universalista y menos excluyente. Nuestra universalidad espacial nos obliga a estar abiertos a numerosos lugares y albergar dentro de nosotros una pluralidad de continentes, religiones y culturas. Tenemos una gran oportunidad histórica para romper fronteras y configurar nuestro mundo de una forma menos reduccionista y excluyente. Para ello debemos no sólo aprender a pensar en los otros, haciendo justicia, sino comprendiendo que la diferencia entre la mayoría de los seres humanos es una historia escrita desde la exclusión y la injusticia.