OPINIóN
Actualizado 19/08/2016
Juan Robles

En este tiempo de verano, es frecuente que cualquiera te pregunte: ¿Qué tal las vacaciones? Y yo suelo responder: ¿Qué es eso de las vacaciones? Tenemos tan asumido que todos nos corresponde tener vacaciones, que no aceptamos que haya alguien que no las pueda tener y gozar. Y, sin embargo, mirando al conjunto del mundo, son muchos más los que no se pueden permitir unas vacaciones que aquéllos que sí las puedan disfrutar.

Es verdad que en este mundo nuestro, occidental y desarrollado, se tiene la práctica de las vacaciones casi como un derecho natural que hay que defender y casi casi exigir con uñas y dientes. Para quien tiene la suerte de contar con trabajo fijo o más o menos permanente, es lógico que se quiera contar con algunos días de vacaciones, que ayuden a descansar y a romper el ritmo exigente del trabajo diario, si es que no nos tomamos los días de asueto como un nuevo esfuerzo, tan extenuante como el mismo trabajo, o aún más.

Normalmente, en las vacaciones de verano, se suele buscar la orilla del mar y el disfrute de las playas, abarrotadas de gente que apenas deja espacio para poner un pie. Algunos prefieren elegir la montaña y hacer algún tipo de ejercicio corporal que les ayude a mejorar su salud y a dejar algunos kilos en el camino.

Muchos visitan sus pueblos de origen, procurando el reencuentro con la propia familia y con las raíces que les dieron la existencia y la primera formación de infancia y juventud. Otros aprovechan el tiempo libre de sus vacaciones para acceder a actos culturales de primera categoría que se ofrecen en este tiempo con carácter excepcional, como determinados conciertos y festivales, o manifestaciones teatrales extraordinarias del tipo de la temporada de teatro clásico de Mérida.

A algunos las vacaciones nos sirven para seguir trabajando. Quizá con más tranquilidad o calma. Acaso con más estrés debido a las suplencias que hay que hacer a los que se van de vacaciones, y cuyos puestos no son cubiertos por personas que sustituyan a los que faltan por ausencia merecida.

También hay quien aprovecha para retirarse en unos días de oración y reflexión que tradicionalmente llamamos ejercicios espirituales, sean los de San Ignacio o de cualquier otra factura. Y otros tenemos ocasión para asistir a encuentros nacionales, quizá de misioneros, como el que tuve ocasión de vivir en los primeros días de mes en Covadonga. O a encuentros internacionales, como el que me llevará a París la próxima semana, en que se presentarán experiencias históricas misioneras de investigadores católicos y protestantes, estudiando el papel del hombre y de la mujer en la práctica misionera de las instituciones de la Iglesia católica o de las diversas denominaciones protestantes, sean luteranas u otras.

Como vemos, hay alternativa de vacaciones cuando las podemos tener, y es bueno pensar en que la mayoría de los humanos, en diversas partes de nuestro mundo, no saben, como tampoco yo lo sé, qué es eso de las vacaciones.

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