OPINIóN
Actualizado 18/08/2016
Redacción

Cuando Madrid, como capital de España, se postulaba como candidata a ser la sede de la celebración de los juegos olímpicos en el año 2009, Brasil estaba en pleno despegue económico, era en ese momento un país emergente con un esplendido futuro. Hecho que el presidente de entonces, Lula Da Silva, aprovechó para argumentar una buena razón para defender su posición, además de recordar que hasta el momento Latinoamérica nunca tuvo la oportunidad de ser la anfitriona de unos Juegos Olímpicos. Río de Janeiro ganó a Madrid, cuya oferta se desestimó, en parte, por el comentario demagogo de Alberto de Mónaco, al poner un reparo a la candidatura de Madrid apelando al terrorismo de ETA, utilizando verbos en presente, cuando esta lacra ya formaba parte de nuestro pasado. Ahora Rio está en el mapa de todos los plusmarquistas afanados en superar su propias marcas. Tenemos la suerte de asomarnos a la vida privada de los medallistas, como la nadadora Yusra Mardini, una refugiada que huyó de Sirya, o la gimnasta americana Simone Bleis, quien siendo muy pequeña ya cuidaba de una madre alcohólica ¿Pero qué ocurre en la calle, fuera de las competiciones? Los medios de comunicación han denunciado la falta de infraestructuras en las habitaciones, o en los vestuarios de los pabellones, pero son menos lo que denuncian cómo Brasil se ha convertido en un escaparate mundial que esconde las miserias de un país. De esta manera mientras directivos de la "deficitaria" TVE viajan con sus respectivas familias en primera clase. Lo mismo que los miembros del Comité Olímpico Internacional, cuya dirección, parece ser se traslada de padres a hijos, me refiero que Juan Antonio Samaranch le ha pasado su puesto a su hijo, Juanito Samaranch. Ingenua de mí creer que lo de heredar puestos por vía consanguínea era una cualidad monárquica. Pero dejando a un lado los privilegios, lo cierto es que los Juegos Olímpicos tienen sombras muy alargadas. Por remitirme a algunos ejemplos, entre las favelas, o construcciones que se cada uno se hace a su manera con materiales de uralita y tierra, la Favela Providencia, la más antigua de Río de Janeiro es uno de esos barrios superpoblados que no cuentan con luz, agua o alcantarillado, pero que sin embargo sus habitantes observan cómo se ha construido un teleférico para que los turistas puedan acceder a la cima a Morro Providencia, desde donde puedan divisar una panorámica de toda la bahía. Este teleférico ha costado 22 millones de euros. En otros casos se trata del hambre que convierte a las familias en traficantes de sus propios hijos e hijas para que se prostituyan, por unos pocos dólares, ante los miles de espectadores del acontecimiento olímpico. El Observatorio de Prostitución de la Universidad de Río exige al gobierno que se ocupe de esta prostitución infantil, cuya presencia es fácil de detectar alrededor de las instalaciones deportivas. Mientras las proezas de los atletas nos dejan asombrados, hay manifestaciones de ciudadanos que no quieren batir ningún record, sólo aspiran a vivir con la dignidad que se merecen.

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