OPINIóN
Actualizado 17/08/2016
Juan Antonio Mateos Pérez

Resulta increíble pensar que más de un millón de personas estaban tan desesperadas, hasta el punto de poner sus vidas a merced de traficantes para cruzar el Mediterráneo el año pasado. Y que tantos miles hayan perdido la vida en la travesía" ACNUR (Agenc

Podía ser una llamada de urgencia, una carta desesperada en medio de la modorra festiva y veraniega, juegos olímpicos incluidos. Preocupados por el tiempo, las playas llenas, las medallas olímpicas, o las interminables fiestas de agosto, se desvanece del horizonte esos campos de refugiados en las calurosas tierras griegas o turcas. Atrapados en descampados, con pocas sombras, sin baños, sin agua corriente, sin internet, con mucho polvo y cerca de 40 grados. Sin contar los cerca de dos millones de personas que deambulan de un lado para otro, cada persona, cada familia con una historia y un drama.

En Europa, para vergüenza de la mayoría de sus ciudadanos, se están incumpliendo todas las leyes, de asilo, derecho de asistencia, de movimiento, se han cerrado las fronteras, y se ha firmado un tratado con Turquía sin pasar por el Parlamento Europeo para encauzar a los refugiados, un país que es una dictadura. Nos sonroja ver que cientos de personas están sacando provecho económico en los campos de refugiados turcos, sin que la policía diga nada. No olvidando las actitudes xenófobas de los gobiernos de Hungría o Polonia hacia los refugiados desde los órganos de poder ultranacionalistas. En el mes de julio, Bruselas nos sorprendió con un nuevo movimiento en el "trilerismo" político hacia los refugiados que viene desplegando. Ofrece 10.000 euros por cada demandante de asilo que reasienten los países comunitarios, entendible hacia países no comunitarios. Las medidas no pretenden mejorar la protección de los refugiados, sino reducir las llegadas irregulares. Está claro que la vieja Europa está viviendo los peores momentos desde la Segunda Guerra Mundial, arraigándose formulas ultranacionalistas que buscan pretextos económicos muy alejados de los valores que han inspirado a la UE.

Solamente Francia parece romper esa dinámica generalizada de rechazo, quiere promover la "acogida ciudadana" en viviendas particulares de personas sensibilizadas con el problema y solidarias. Está acudiendo a diferentes asociaciones para actuar como intermediarios, las cuales recibirán anualmente 1.500 euros por refugiado alojado. Quiere ser un complemento a los centros de acogida oficiales, aumentando también las plazas en este tipo de centros. Pero es una isla, dentro del mar de la indiferencia política que azota a una Europa que está perdiendo su sentido de ser.

Los gobiernos europeos, muy conservadores, no parecen dar solución a este clamor que está en sus fronteras, por otro lado la ciudadanía no presiona a sus políticos. Muchos partidos están ganando votos, sobre todo la extrema derecha, con políticas de represión y rechazo a los refugiados. Un discurso del odio está anidando en Europa, culpando a los refugiados de robos, violaciones, terrorismo, trato de favor, etc. En el último movimiento del 20 de junio, día mundial de los refugiados, miles de personas salieron a la calle, pero no fue un movimiento masivo con pasó con el "No a la guerra". La gente sensibilizada no sale a la calle, o al menos no lo muestra, ya que es una necesidad denunciar en todos los foros lo que realmente está pasando. Es necesario hacer movimiento popular y salir a la calle la protesta ayuda a que los políticos tomen medidas, sin desentenderse de la ayuda personal o a las asociaciones de ayuda a los refugiados.

Toda esta falta de movimiento puede tener relación con el contexto cultural que estamos viviendo, lo que se denomina el espectro del nihilismo, que hace que los principios éticos queden sin soporte y sin fundamento. El pensamiento y la cultura de Occidente vive una profunda desorientación, donde están fallando las referencias absolutas, los ideales y valores universales. Este estado nihilista produce temor, las personas no se sienten seguras, hay un profundo silencio, sin patria y sin caverna que nos proteja y sin meta para dirigir nuestros pasos. Los grandes valores, el Bien, Dios, el Pensamiento, la Utopía, la Igualdad, la Libertad, la Dignidad, la Fraternidad o la propia Ley Moral, han perdido sentido y significado. El Ser se ha vuelto leve y, para muchos, totalmente insoportable, como nos recordaba Nietzsche, "nos persigue el vacío con su aliento". Si no hay nada absoluto, todo es relativo, todo vale, como nos recordaba aquel tango de Enrique Santos Discépolo: Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador. ¡Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor!

En este espectro del nihilismo surge una nueva solidaridad, de las que las ONG son un paradigma, sin imposiciones imperativas, sin obligaciones de contenido jurídico, sin sacrificios personales y sin consagrar la vida a fines superiores a uno mismo. Liberada de su contenido religioso, no genera sentimientos de culpa, es un altruismo indoloro, que acaba transformada en consumo interactivo y festivo de buenos sentimientos. Una especie de espectáculo vehiculado por los medios de comunicación, única ventana para poder observar la realidad y el mundo en nuestras sociedades.

La ayuda de emergencia, en cuya gestión de las ONG han adquirido un protagonismo destacado es una respuesta urgente a los conflictos bélicos, desplazados y refugiados, violencias, hambre, etc., son imprescindibles y necesarias, pero no deberían separarse de la ayuda al desarrollo, la denuncia de las injusticias, rechazo de la guerra, colaboración a la paz. La ética de la acción humanitaria, nos debe llevar a las puertas de una ética de la acción política, donde el discurso de los derechos del hombre se invierte en el de las obligaciones entre las que está en socorrer a las poblaciones en peligro. La eliminación de las barreras del capital y el comercio en el contexto de globalización demandan de manera urgente, una universalización de los derechos humanos y mecanismos también universales para imponer un orden internacional.

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