OPINIóN
Actualizado 15/08/2016
Redacción

Caminar solo, sin hallar a nadie que no sea un puente, un resplandor, la brisa subiéndose en los hombros del silencio, los olmos saludándome o el río que, amaneciendo, pasa frente a mí como un sereno y líquido pastor guiando la inocencia de dos nubes. La eternidad cabe en esa piedra dormida a pocos metros del camino. En medio de la luz, respira el campo con su sagrado ejército de encinas. Aunque voy solo y no diviso a nadie, me siento acompañado en este azul que ensancha mi honda y roja libertad.

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