OPINIóN
Actualizado 12/08/2016
Eutimio Cuesta

Acostumbrados a ver a san Roque de mayor, con la cara surcada de arrugas y la mirada perdida entre la muchedumbre, en compañía de su amigo fiel, no nos retrotraemos en el tiempo y pensamos que el Santo peregrino también fue joven; y por su fortuna y apostura, quizás fuese un ligón, de esos guaperas que se las llevan de calle; y estas reflexiones no quiero que me las toméis como de profanación, pues vosotros sabéis que yo soy un hincha acérrimo de Roque, como me imagino que lo seréis la mayoría: pero, hablando de amigo a amigo, ¡¿a qué Roque, en la imagen, se muestra hecho un chaval!?

Seguramente, esa noche, había velado armas antes de iniciar el camino peregrino a Roma, que, en su tiempo, era tan apetecido como nuestro camino de Santiago. Su prestancia, impecable, con su sayal corto, sombrero de alas con venera y bordón, que le libraría, en su peligrosa andadura, de alimañas y cansancios. Aún Roque no se había encontrado con el perro, ni se había destrozado la rodilla ni había sufrido los alaridos de la sed. Era un novato, un quinto, un muchacho sin mundo, sin picardía y sin peña.

Salió al amanecer, como se hace en las grandes caminatas. El camino estaba muy concurrido, y, a su vera, se acercaban los enfermos de peste a pedirle limosna y unas palabras de consuelo. Y Roque, como era bueno y compasivo, se acercaba a ellos, ejerciendo la caridad hasta tal extremo, que se contagió del mal. Se retiró a un monte y, todos los días, un perro le traía la comida, hasta que, una tarde, apareció un ángel y lo curó. Volvió a su patria, lo confundieron con un espía y lo encarcelaron. Murió en la prisión hacia 1327.

Roque, como veis en la fotografía, viste de peregrino, pero no con el sayal largo, sino con el traje de noble; lo de la capa con esclavina, sombrero de alas con veneras, bordón con calabaza y, sobre todo, con su atributo personal e inseparable: el perro, y señalando con su dedo derecho su úlcera pestilente de la pierna, vino después, cuando la iglesia le nombró abogado de la peste, y todos los pueblos del mundo le construyeron iglesias y ermitas en busca de amparo y cobijo.

Y Macotera no podía ser menos, ya que su población había sido mordida por la enfermedad en multitud de ocasiones. Y fue el Ayuntamiento, con la anuencia de todo el pueblo, quién, a principios del siglo XVII, pidió a san Roque que si quería ser Patrón de Macotera.

Él, encantado, sigue viviendo entre nosotros, durante más de cuatrocientos años.

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