OPINIóN
Actualizado 11/08/2016
Juan José Nieto Lobato

Encendió la llama. Lo que ya es bastante si tenemos en cuenta los vaticinios catastrofistas que se cernían sobre su combustión. Y ya están en marcha los Juegos de la XXXI Olimpíada, este saludable paréntesis en el que deportes y deportistas minoritarios asoman la cabeza en el panorama mediático futbolero. Y entre disparo y flechazo, entre regata y partido, se cuelan también debates que, como el fuego de Olimpia, solo arden de cuatro en cuatro años.

Papel fundamental juega el conflicto sobre el rol de las mujeres, apartadas en la Antigüedad no solo de la arena, sino también de la grada (salvo en el caso de las solteras), y ninguneadas por el olimpismo moderno desde su concepción filosófica y nuclear. De hecho, fue necesario esperar a 1928, en los Juegos de Amsterdam, para que la presencia de estas fuera algo más que testimonial. Ahora, en cambio, superado el techo de cristal de su participación mayoritaria, surge otro: siendo los Píndaros actuales en su mayoría hombres y, siendo los consumidores de deportes fundamentalmente señores, no extrañan, aunque duelan, los comentarios machistas vertidos en diferentes medios y redes sociales. Violencia explícita, cuando no implícita (por omisión de los verdaderos méritos), que se integra con naturalidad dentro del discurso dominante y que aspira a perpetuarse de generación en generación.

Otro tema a tratar es el escapismo aristócrata que representan los Juegos en ámbitos francamente deprimidos. Como una bomba de humo en medio de una campaña electoral, este megalómano evento funciona como anestesia frente a los problemas relacionados con la pura supervivencia. Lo sangrante no es que Rio no haya llegado a tiempo para los Juegos, con las instalaciones acabadas y toda la infraestructura culminada, sino todas las comisiones que fluyen por las tuberías que unen las oficinas del COI y las de las grandes empresas de la zona. Olimpismo bien podría aceptar una nueva acepción en el diccionario: forma de cinismo en la que lo importante no es ganar, es participar.

Y qué me dicen del deporte español. Ese sí que encabeza encendidas polémicas cada verano de año bisiesto. Que si no estamos tan mal, oigan. Que si se nota la crisis, quillo. Que si bastante que hacen los pobres, muchos de ellos aficionados. Y yo ni idea, la verdad. Porque tener un espacio para hablar de deportes, un blog de baloncesto o un modesto título de entrenador no me concede una mayor competencia en tiro olímpico, natación o doma. Aunque ahora todo el mundo sepa de todo y quiera opinar hasta del diseño de la mascota. Así que disculpen si soy prudente en exceso y solo me atrevo a dar un número de medallas cuando esa dichosa llama esté ya extinguida.

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