Oyendo ciertos argumentarios, confieso mi desconfianza en plebiscitos improvisados, precipitados, mal documentados y peor informados, recordando lo que le sucedió a Sócrates y Jesucristo, a quienes el pueblo quiso resucitar después de sentenciarlos a muerte, porque no siempre los votantes están objetivamente bien informados sobre lo que han de votar, ni de las consecuencias reales de su voto.