Dos noches seguidas casi en vela. Y una conexión entre las dos. Otra barbarie en nombre de Alá. Más bien un loco inadaptado, rechazado socialmente, que en su incesante huida de sí mismo decide matar y matarse invocando al dios, utilizando un arma menos sospechosa como era su herramienta de trabajo, el camión. Con nocturnidad y toda alevosía posible. Y el otro, un país indefinido política y culturalmente, guardián entre oriente y occidente, que se levanta en armas (casi también en nocturnidad) para derrocar un régimen presidencialista e islamizado. Allí, el pueblo se echa a la calle masivamente en apoyo de su presidente y acaba en muy pocas horas con el levantamiento poco preparado. Y más carta blanca para las duras reformas previstas de Erdogan. Y más dudas para occidente. Así estamos.
Turquía llama y mira a Europa hace años. Es entrada y salida. Una de las puertas más comprometidas de nuestro tranquilo y envidiado (hasta hoy) imperio occidental. Y hay que cuidarla. Y encima con un poderoso ejército que pertenece a la OTAN. Todo más lioso. Mayores expectativas de más islamización política (por si las anteriores medidas fueran pocas). Más amigo que enemigo ahora. Pero a saber. Dependiendo del avatar histórico. Puede seguir ayudando (y ayudado a su vez) a Europa, o dar media vuelta y empezar a incordiar. A crear un serio problema. Así podemos variar el rumbo.
Y mientras tanto aquí procuramos barrer a toda costa intentos radicales islamizadores y escondidos entre la sociedad civil, para evitar (si podemos) tragedias como las recientes de Francia o Bélgica. Llegar a tiempo antes de que potenciales suicidas inadaptados (que hayan podido entrar o salir por Turquía como Pedro por su casa) fabriquen un explosivo, recuperen un arma, utilicen un camión o un simple cuchillo para armar la de dios.