Estamos en esos meses de intenso ajetreo taurino, tanto de ferias y plazas más o menos importantes como en una gran multitud de pueblos, con fiestas y patronos populares a lo largo de toda la geografía, y en especial por estas tierras de Castilla, en la que un elevado numero de festejos tradicionales tienen como denominador común de su cultura, la fiesta del toro. Con celebraciones de corridas, novilladas, rejoneo y otros eventos taurinos, según los dineros aportados por los ayuntamientos. Son esos pueblos encantadores con sus ferias genuinas llenas de sabor y tipismo, donde se disfruta de unos días de alegría y alborozo, intermedio de tanta labor campesina. Por ello resulta enriquecedor saber que en los pueblos, la afición sigue viva, y al mismo tiempo esta, constituye la distracción y jolgorio, para disfrute de mozos, peñas y charangas, así como de sus visitantes que vuelven a sus raíces de nacimiento, recordando sus mocedades y engrandecer las fiestas de su pueblo, que no se concibe sin el festejo taurino, y donde la expectación de chicos y mayores, son el punto culminante, en el cual se dan cita los amigos, familiares y forasteros venidos a participar, encontrándose año tras año, sintiendo la alegría desbordante de poder manifestar el arraigo y el orgullo de sentirse hijo del pueblo.
Poco importa que, a sus plazas no acudan las figuras más rutilantes del escalafón. Las buenas y tradicionales gentes del pueblo en fiestas se conforman con festejos menores, donde acuden novilleros llenos de ilusión, soñadores de esas primeras singladuras, de esos primeros pasos de incertidumbre ante la difícil y zozobrante profesión de ser torero. El pueblo es, y lo fue siempre, el duro aprendizaje para estos jóvenes, en sus faenas habrá de todo, bueno y malo, pases escalofriantes, desarmes, revolcones, desplantes temerarios, miedos y sustos, donde los espectadores llenos de jubilo piden valor y ganas. Este es, el sentimiento y bullicio, de un pueblo en fiestas.-
Fermín González