OPINIóN
Actualizado 30/07/2016
Manuel Lamas

Cuando hablamos de dependencia, inadvertidamente, nos situamos en la ley; en esa ley tan mal gestionada por las lumbreras de nuestra política. Cierto, que no es fácil atender las necesidades de los que menos tienen, cuando hay tantos recursos que se desvían de su cauce normal.

Pero hoy quiero hablar de otro tipo de dependencias. Por ejemplo, de esa que se disfraza de afecto para instalarse en el corazón de los ingenuos. Y de otra mucho más erosiva, que nos lleva por caminos cuidadosamente trazados. Hablo de las empresas de distribución de productos; de las mismas que velan por nuestro desarrollo, facilitándonos información sobre aquello que debemos consumir, y el precio que hemos de pagar para obtenerlo. A veces, inferior a los costes de producción. Alguien tendría que poner freno a este despropósito. Pero claro, nuestros políticos están muy ocupados en no ponerse de acuerdo sobre la formación de gobierno.

Tampoco me olvido de los vicios y adiciones a los que llegamos, inducidos por consejos de quienes nos recomiendan lo mejor, sin advertir, que se refieren a su cuenta de resultados.

Respecto a la primera, no son pocas las personas que no son capaces de gestionar su propia vida. Entiéndase por ello, decidir en aquellas cuestiones que le afectan de forma individual. Para cualquier decisión, necesitan el consejo de quienes tienen al lado. Muchos de esos consejos están repletos de ineficacia, por no decir egoísmo.

Un desengaño tras otro, les abren los ojos y se convencen de que, están mejor solas que mal acompañadas. Oneroso precio el que pagan algunas personas por mitigar su soledad. No es poca la riqueza de quienes son capaces de gestionar sus propios asuntos. Pero, en nuestro tiempo, todo se confunde. No se trata de errores fortuitos, sino de un modo de vida, que aceptamos por comodidad.

Si en el aspecto individual la dependencia es tan evidente, cómo en la vida social, donde todo se mezcla y se confunde con mayor facilidad, las cosas van a ser distintas. Multiplicar los recursos es muy sencillo para quienes disponen del poder y los medios. Más, cuando los órganos reguladores desertan de sus funciones. Pues, en la misma proporción que esa riqueza aumenta, crecen las desigualdades entre los sectores más débiles y se disparan las dependencias.

Nadie controla a esas enormes sociedades creadas para nuestro bienestar. Convertidas en madrastras, nos aconsejan lo mejor. Dependemos de ellas hasta para cubrir nuestras necesidades más esenciales. Nos dicen qué tenemos que comer y cómo hemos de vestir; fijan el destino de nuestras vacaciones y establecen el precio para su disfrute. Esas mismas compañías, en base a su competitividad, determinan las condiciones laborales para sus empleados y fijan los salarios. ¿Se puede ser más dependiente? No nos aplastan del todo porque, si lo hicieran, acabaría su negocio.

Por todo ello, cuando hablemos de nuestra libertad, abramos la mente; reflexionemos sin prejuicios. Aunque somos dependientes al final de la vida, por la pérdida de nuestras capacidades; lo cierto es que, siempre hemos sido dependientes, y seremos eternamente dependientes, mientras los políticos no sean capaces de aprobar leyes más justas. Bastante tienen hoy con defender sus privilegios.

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