Todos los años, por estas fechas, padecemos los trastornos del verano, los agobios del calor, los desvaríos del cansancio y las ansias por desnudar las lorzas, airear los michelines y desbaratar el nudo de la corbata para permitir la oxigenación de la mente, del cuerpo y del alma.
Ya estamos en ese punto en el que la sangre no nos riega el cerebro, bien sea por la licuación de los glóbulos rojos, o por la pérdida de consistencia de las arterias y venas; pero, ya, la neurona, que a estas alturas nos queda, se encuentra en estado de apagada o fuera de cobertura
Cómo estará el patio como para que la anciana y decrépita Carmena esté por ponerse en bolas en la capital del Reino y aún exista personal que le ría la gracia. Estamos como para el arrastre y, gracias a ese estado de las cosas, aún cabe la posibilidad de que se forme gobierno y no tengamos que acudir a nuevas elecciones, lo que, en época otoñal, con la mente despejada, "el calor" en su punto y el cerebro en marcha, podría suponer que los "perritos sin alma" nos dedicásemos a mandar a la misma puñeta a esta caterva de insuficientes mentales que tenemos como dirigentes y/o políticos.
El calor, la estulticia imperante en el momento presente, la falta de ganas por atender las estupideces de unos y otros, nos ha llevado a admitir barco como animal acuático, a escuchar cómo unos y otros no son capaces de actuar y tomar decisiones.
Qué difícil parece que se hagan las cosas sencillas, que se hagan de otro modo, que se pida perdón, se expliquen las actuaciones y nos dejemos de farfullas mediáticas y movimientos de posturas absurdas, cuando lo fácil es reconocer que se cometen errores, ser humildes y demostrar que la política y el actuar público se puede hacer de otra forma, de otra manera, más sencillo, más correcto, tratando a los ciudadanos como tales, como personas inteligentes y no como "perros sin alma", como nos vienen tratando desde hace tiempo.
Se limitan a meternos miedo, a engañarnos, a no decir lo que se piensa, a postureos, sonrisas y mentiras de papel cuché, para robarnos, alterar nuestras vidas y no tener una hoja de ruta clara, un proyecto de vida en común que desarrollar.