OPINIóN
Actualizado 11/07/2016
Alejandro Vélez

Con el verano atizando de lo lindo, las temperaturas no solo elevan el mercurio también se alzan majestuosas en las miserias de lo político. Y es que aún intentado mantener el optimismo en mis pensamientos, me descorazona e indigna ver como ayuntamientos de España son día si y día también ocupados por la fuerzas del orden. Quizás tecleado así, tenga usted la impresión de que me ha poseído cierto "podemismo" cainita, pero hagan como yo y piensen bien, e igual acertaran.

En este caso quiero referirme a esa ocupación como una toma de la legalidad. Una insurrección necesaria frente al desmán, la invasión de lo correcto ante ese enchufismo macarronico de barra libre, de favores, de sobres y de insolencia.

La semana pasada comenzaba con las fuerzas del orden registrado decenas de consistorios españoles, en una fase más, y me temo que no será la última, de la lucha contra la corrupción que infecta nuestro sistema. Otro episodio bochornoso de esta vergüenza nacional que nos asola.

Pero me alegro de que el detrito se elimine, aunque sea despacio, aunque sea justo después de las elecciones y aunque se dé tiempo a las demás cabezas de la hidra a intentar ponerse a salvo porque no haya tantas manos para abarcar tanto guano.

Y uno de los focos está puesto en todas esas sociedades, fundaciones y empresas municipales afloradas de la incapacidad del sistema y que muchas veces se utilizan para zancadillearlo. Para colar por la puerta de atrás lo que nunca entraría por delante.

Estas respetables estructuras, que según parece, en algunos casos han funcionado como grasientos chiringuitos, nacen de un buenismo ingenuo. Llegan al mundo bajo el precepto de la confianza, de que aquello que no llega a sus patronatos o consejos ha sido manejado bajo el rigor, la seriedad o la honradez más pulcra. Pero por lo que se barrunta nada más lejos. Estamos bastante hartos de leer que bajo sus paraguas se cobijan intereses de todo tipo, familiares de basta condición y actuaciones de iluminada parcialidad. Algo que algunos mal pensados intuían con bastante acierto.

Porque si todos fueran tan bien pensantes con este que les teclea creerían eso de la gestión ágil, pero algo pasa cuando tenemos que burlar el orden en vez de modificarlo en su integridad para al final favorecer al que se pretende, al ciudadano.

Además si el común de los mortales fuera tan primo en sus juicios como el menda, admitirían que el control público que se ejerce es suficiente para no dudar de su existencia. Pero cuando el control es en segunda instancia y con filtros, se queda en algo aguado, en controlito.

Y aunque uno se empeña en pensar bien de casi todo y casi todos, a veces la realidad te abofetea. Y cuando eso sucede solo queda la justicia, esa misma que intenta poner las cosas en su sitio.

Y solo espero que no tiemble ni la mano ni la pluma para limpiar rectamente las instituciones de esta España, porque así y solo así renacerá la confianza.

Pero a pesar de todo prometo seguir pensado bien, ya que como decía nuestro brillante jesuita y escritor del siglo de oro, Baltasar Gracián, "pensar bien es fruto de la racionalidad", esa misma que uno nunca intenta perder.

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