OPINIóN
Actualizado 04/07/2016
Redacción

Han segado la avena hace unas horas. La noche ahora es lenta y amarilla. El viento habla despacio y huele a pan. Giro sin prisa alrededor de casa, deambulo como un torpe equilibrista rodeado por la soledad del campo. Sin darme cuenta, el mundo se edifica y, luego, se derruye en mi interior. Encinas milenarias me confortan. Hay tanta inquina y tanto odio ahí fuera, que he decidido hundirme en este olvido. A nadie nunca odié, aunque me odiase. Han segado la avena hace unas horas. El viento habla despacio y huele a pan en las vitrinas de mi corazón.

Alejandro López Andrada

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