OPINIóN
Actualizado 02/07/2016
José Ángel Torres Rechy

A los seres marinos

Comencemos por el principio. «Por la boca muere el pez», dice la gente. Las palabras no resultan ajenas a nuestras personas, en tanto que se tratan de una extensión sonora, o gráfica, del interior. Están fuera del cuerpo, pero el espacio que ocupan no imposibilita que continúen residiendo dentro. Su condición plástica refleja otra realidad que por motivos prácticos podemos llamar «alma».

La interpretación discursiva no puede hacerse sin el análisis de la narrativa en que se inserta. Una capa de cebolla está cubierta por otra capa, y esta a su vez por otra, hasta que se llega a la superficie. Para cortarla por el medio, debemos atravesarla en todo su diámetro. Para entender una palabra hay que acudir tanto a su contexto como a su origen. La palabra se constituye en un objeto material con una trayectoria, que deja tras de sí la huella de su creador.

Para vivir en el mundo, el hombre debe comunicarse. No puede eliminar su vínculo con el exterior si pretende festejar muchos años. Necesita establecer contacto. Resulta imposible que el alma se mantenga dentro del cuerpo. Sería como un hombre que permaneciera dentro de una cueva. Debe salir. Debe hablar. La palabra, como una mano tendida, pone en escena a un ser incompleto. Apela a la intervención del otro. Como una trucha, pica un anzuelo. No nos equivocamos si decimos que también por la boca vive el pez.

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