OPINIóN
Actualizado 29/06/2016
Miguel Mayoral

Cada día asistimos más al espectáculo televisivo de la política. Los políticos se van convirtiendo en ejemplares televisivos, en expertos en publicidad capaces de seducir a la audiencia con sus puestas en escena.

La política actual basa su éxito en primer lugar en "que la gente no milita en partidos políticos sino en la televisión", y en segundo lugar en que el odio es el más fuerte de los sentimientos humanos y una gran palanca de acción política. Se trata de poner la ilusión de los espectadores y seguidores en vengar una imaginaria ofensa. No importan los ejemplos. Según la coyuntura podemos pedir venganza contra las víctimas de la guerra civil, de los desahucios, de cualquier conflicto que ni nos va ni nos viene, contra la tauromaquia, etc.

Nunca se puede progresar cuando las acciones vienen dirigidas por el odio, el rencor y el afán de venganza sobre no importa qué. El ejemplo más paradigmático al que hemos asistido este último año ha sido el de los titiriteros. El argumento era muy simple, un asesinato, un ahorcamiento y una violación; el objetivo atacar a la maternidad, la justicia y la religión católica. ¿Dónde estaban los defensores del no a la pena de muerte, de la libertad de conciencia y las feministas?

La táctica que ya la conocemos de antiguo, típica de los regímenes totalitarios, trata de deshumanizar al adversario para que resulte fácil conducirlo a la cheka, al gulag, a las cámaras de gas o al exterminio, sin cargo de conciencia. Lo vemos con los nacionalismos periféricos donde lo que está bien o está mal lo dictan ellos. Los nazis por medio de caricaturas, propaganda etc. convencieron a la población alemana y a su juventud de que los judíos no eran personas, y en la mayoría de los casos lo consiguieron. En España la izquierda y el nacionalismo cada vez más totalitario siguen emperrados en que los votantes del PP, son tontos, no son progresistas y les encanta generar pobreza, además de un montón de epítetos más, aunque sean un electorado de más de siete millones de votos, y por ello se les puede apedrear físicamente, y agredir. La realidad va aparcando a cada uno en su lugar.

El ataque a los símbolos y a las ideas del adversario no es más que una toma de contacto para ver la capacidad de respuesta de éste, y su voluntad responder al ataque. Por ello cuando se ve que no hay voluntad de respuesta la batalla esta pérdida o ganada para unos o para otros.

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